Había alegría entre la mayoría de los diputados cuando se aprobaron los presupuestos de 2022. Los que habían votado a favor se sentían orgullosos. La Junta General del Principado había dado luz verde a los presupuestos de mayor cuantía de toda la etapa autonómica. Las cuentas llegaron envueltas entre los mismos parabienes de todos los años: gran compromiso social, fuerte apuesta por la inversión productiva, espaldarazo para dejar atrás la crisis económica y un largo etcétera. Seis meses más tarde, una vez cruzado el ecuador del ejercicio, la realidad contradijo al discurso: las consejerías tenían el 93% de los fondos asignados sin gastar. La famosa inversión productiva, que llevaba años demandándose por las fuerzas políticas y sociales, resulta que quedó en 18 millones de euros de los 270 que se habían aprobado. Es un sarcasmo oír hablar de «hacer un gran esfuerzo inversor» al comprobar en lo que se queda. Una vez más se constata que una cosa es el presupuesto aprobado y otra muy distinta el presupuesto ejecutado. Hay entre ellos la misma diferencia que entre el deseo y la realidad.
Por alguna extraña razón, que yo no llego a comprender, solo tienen trascendencia política las cuentas que se aprueban, no las que se ejecutan. Puede que en otra época fuera válida esa consideración, pero en la actualidad se da luz verde a presupuestos irreales, engordados a base de propuestas de la oposición que el Gobierno asume para lograr el apoyo de los grupos en la votación del pleno de la Cámara. Como nadie cree en ellos -la oposición presume de haber mejorado las cuentas y el Gobierno saca pecho de su capacidad para negociar- las partidas no se ejecutan. Al repetirse la ficción, ejercicio tras ejercicio, los presupuestos se devalúan. El escepticismo se extiende entre empresarios, sindicatos y ciudadanos. La propia Administración autonómica queda a los pies de los caballos, porque todo el mundo le echa la culpa del retraso en la ejecución de las cuentas, cuando no hay tal retraso, sino voluntad de no gastar todo lo comprometido porque es irreal. De toda esta ceremonia de la confusión, lo que se mantiene inmutable es el gasto del personal al alza. Es la única partida que se ejecuta puntualmente.
Por duro que resulte decirlo la negociación presupuestaria se ha convertido en un teatro en que las dos partes (gobierno y oposición) saben que gesticulan para la galería. La mejor prueba de ello es que cuando se conoce la ejecución presupuestaria nadie se siente engañado.