Los ganaderos han recurrido a sacrificar vacas por los elevados costes que soportan las explotaciones lácteas. En el primer semestre del año aumentó un 20% el número de reses sacrificadas. Si recurren a matar vacas es porque les suponen más gasto que ingreso. En efecto, todo lo relacionado con la producción de leche ha conocido una espectacular subida de precios, empezando por los forrajes y piensos y terminando por la gasolina. A ello hay que sumar la serie de exigencias de una Administración que en vez de ayudar se especializa en poner obstáculos, desde la protección al lobo hasta el modelo de cierre que deben tener las explotaciones, así como el control de todo lo que entra y sale de la misma. El precio al que vende la leche el ganadero tiene mínimas variaciones, mientras la compra de pienso y forrajes se encarece en un 60%.
Sacrificar las vacas, que son la esencia del negocio, es algo parecido a comerse el propio brazo para solucionar el hambre. Mitigan el problema del presente a costa de cerrar las puertas al futuro. Los ganaderos lo saben mejor que nadie, así que si recurren a ello es porque no tienen alternativa. Cuando entramos en la Unión Europea nos decían que las explotaciones debían ganar tamaño para competir con franceses, alemanes u holandeses. Así lo hicieron los ganaderos, endeudándose y confiando en lo que decían políticos y burócratas. Ahora estamos en el proceso inverso, se reduce el tamaño y sigue el goteo de cierres. En el último año, en Asturias, cayó un 6,3% la producción de leche. Lo mismo sucede en el resto de España. El fenómeno de la bajada de producción se da en un país que es importador de leche, porque cuando se negoció la adhesión a la UE la Comisión Europea nos asignó una cuota de producción de seis millones de toneladas cuando consumíamos nueve.
La consecuencia más inmediata de la bajada de la producción va a ser el desabastecimiento, con perjuicio para los ciudadanos y ventana abierta para las empresas distribuidoras, que podrán jugar con los precios. En cualquier mercado el desabastecimiento provoca especulación. A medio plazo supondrá la pérdida de un sector estratégico para España. En un mundo superpoblado los alimentos siguen el mismo rumbo que todas las materias primas, así que renunciar a tener una producción autónoma es un desastre. El Gobierno no puede quedar cruzado de brazos viendo cómo se reduce la cabaña. Y al Principado le toca hacer algo por un sector que no formó parte de los colectivos beneficiados por los planes de rescate.