Al cambiar de mes volverán nuestros diputados a dar la matraca con el presupuesto. Me refiero al del próximo año. Primero la ración ideológica, con los grupos más a la izquierda indignados si Adrián Barbón habla con partidos del centroderecha. Imagino que el presidente volverá a emitir mensajes misteriosos sobre la falta de confianza en la aprobación de las cuentas, algo que antes se daba por descontado al ser el último ejercicio del mandato. La costumbre de prorrogar las cuentas en víspera de elecciones la rompió Mercedes Fernández. Mariano Rajoy le debía muchos favores a Javier Fernández y ‘Cherines’ actuó en consecuencia aprobando el proyecto de cuentas del entonces líder socialista. Este año también hay muchas probabilidades de que el proyecto presupuestario obtenga el plácet de la Cámara. A lo largo del mes también se posicionará el PP. Supongo que mostrará su disposición al acuerdo, si se cumplen determinadas condiciones. Al final nunca se cumplen. Entra todo dentro de la normalidad, o mejor, dentro de la rutina.

En esta ocasión, la oposición debería hacer una excepción, y antes de encarar las cuentas de 2023 tendría que preguntar por el cumplimiento de los presupuestos de este año. Sería una forma de romper con la hipocresía de aprobar unas partidas y desentenderse de su ejecución. Recuerdo vivamente las alabanzas que se realizaron, el inverno pasado, a las cantidades destinadas a la inversión productiva. Pues bien, terminado el primer semestre del año, sólo se habían invertido 18 millones de los 270 presupuestados. ¿Se van a gastar los 252 restantes? Con el gasto de las consejerías ocurre lo mismo, el 93% de los fondos están sin usar. El Gobierno pide autorización para realizar gastos e inversiones, la Junta General del Principado se la concede y, luego, el propio Gobierno deja el dinero inmovilizado en una cuenta. Uno entendería que la ejecución no llegase al 100%, pero no haber utilizado ni el 10% de los recursos, a mitad de ejercicio, no tiene un pase.

En vez de pedir fondos para el año que viene, céntrese la atención en lo que está concedido y no se gasta. El desfase entre lo aprobado y ejecutado, cuando es grande y se reitera año tras año, desvirtúa el sentido de los presupuestos. Se convierten en un mero documento propagandístico desconectado de la realidad. La oposición no puede esconder la cabeza debajo del ala. Entra dentro de su responsabilidad pedir explicaciones sobre la gestión de las cuentas. Hasta ahora forman parte de la comedia.