Con la decisión de Núñez Feijóo de elegir a Diego Canga como candidato a la Presidencia del Principado el Partido Popular cambia de modelo de liderazgo. Desde que Ovidio Sánchez se quedó a vivir en Madrid, el PP insistió en un mismo perfil: mujer de mediana edad, fuerte carácter y acusada facilidad para los enredos internos. Isabel Pérez Espinosa, Mercedes Fernández y Teresa Mallada respondieron al estereotipo de jefe/a tradicional de ordeno y mando que no propicia adhesiones ni permite que haya versos sueltos en la organización.
La égida de las tres lideresas se extendió a lo largo de cuatro elecciones autonómicas, en las que las tres sacaron diez escaños, con el dato a favor de Cherines de haber obtenido once la segunda vez que se presentó (comicios de 2015). La mitad de los que lograba Ovidio Sánchez, pese a ser todo un ejemplo de ‘carpe diem’.
El modelo estaba agotado y esa es la razón principal por la que el nombre del candidato genera tanta expectativa en el espectro del centroderecha. Acertó Feijóo cuando hizo oídos sordos ante los que decían que en el PP «había cantera».
Un candidato sin carné del partido y con tres décadas de trabajo en Bruselas, donde se corta el bacalao. De los ocho presidentes del Principado que hubo en la etapa autonómica, salvo Cascos que trabajó bastantes años en Madrid y el corto paréntesis de Areces en el Ministerio de Educación, la experiencia política de todos ellos se circunscribió a Asturias. Canga es una novedad para propios y extraños, que obligará a matizar discursos y reubicar siglas.
El candidato va a ponerse al frente de una organización concreta y a dirigirse a un electorado determinado. La derecha asturiana tiene características propias.
Al poco de ser elegido Papa, Jorge Bergoglio concedió una entrevista extensísima a ‘La Civiltà Cattolica’, la revista internacional de los jesuitas. Allí fijaba como principal prioridad convertir a la Iglesia en un hospital de campaña para sanar a los heridos. Por debajo del lenguaje alegórico de los eclesiásticos estaba claro que el nuevo Papa veía a la grey católica desmoralizada por los acontecimientos de las últimas décadas.
Me acordé de esa entrevista al imaginar a Canga cogiendo un avión para sumergirse en el carajal de la política asturiana. El PP asturiano está educado en la cultura de la derrota. Cuatro décadas de reveses electorales han creado un tipo de dirigente a la defensiva, con plaza fija entre los escaños de la oposición y acostumbrado a una cuota institucional mínima (menos alcaldes que IU). La excepción es Oviedo: una isla rodeada de poder de la izquierda por los cuatro puntos cardinales.
El electorado de la derecha, en materia autonómica, es muy escéptico. Tras la operación de acoso y derribo realizada en 1998 contra Marqués y en 2011 contra Cascos, perdió la esperanza. Para recuperar la ilusión hay que armarse de un discurso que contraste nítidamente con los gobiernos socialistas. No basta con bajar dos puntos el IRPF o poner unos millones más para I+D. El discurso tecnocrático en Asturias tiene un recorrido muy corto.
El único revulsivo que movilizó a la derecha social fue el proyecto de 2011, encabezado por Cascos, que tenía su principal argumento en una descripción simple: PSOE y PP son las dos caras de la misma moneda. La derecha acomodaticia que se conformaba con liderar la oposición en una Cámara dominada por la izquierda.
Quiero traer a colación una anécdota que me contó Areces, un político que no era nada dado a los chismes. Iba a empezar el debate sobre el estado de la región y se encaminó a los servicios para despachar una urgencia. Allí estaba el líder de la oposición por el mismo motivo. Ambos estaban con la mirada fija en los azulejos que tenían delante de sus respectivas narices, cuando el opositor dijo: «Oye, esto no hay que hacerlo largo, ¿eh?. En una hora se puede solventar el debate». Imposible sentir entusiasmo.
Tras movilizar al electorado el propio Cascos echó a perder el apoyo recibido al convocar elecciones anticipadas y, tres años más tarde, borrarse del cartel electoral. El fallo estuvo siempre en la representación política de la derecha, no en la derecha social. En 2011, los ciudadanos le dieron 26 escaños para gobernar.
En frente hay un Gobierno socialista que da pasos en la dirección prevista. Ya tiene presupuesto con el apoyo de IU y el Grupo Mixto. El acuerdo, lleno de bonificaciones y subvenciones, es vendible ante la sociedad.
Por primera vez Foro se echó para atrás. Es un partido tan confuso que al ver a Canga de candidato le da miedo pactar con el PSOE. Todo el mandato tendiendo la mano y, al final, prefiere quedar aislado. Con su discurso a favor de oficializar el trilingüe (castellano, bable, eonaviego) tiene poco que rascar entre el electorado de la derecha. Es un grupo que vive con el enemigo en casa.
Lo de Ciudadanos es aún más patético. Tras hacer unas propuestas moderadas que el Gobierno aceptó, se descuelgan en la última reunión con dos peticiones nuevas: deflactar el IRPF y dar más dinero a la educación concertada. Las tres negociadoras socialistas quedaron perplejas ante un proceder tan frívolo.
Estos son los restos de un mandato con la derecha dividida y desnortada, dedicada a gestionar intereses personales sin rubor. Sobran siglas que impiden concentrar el voto y falta un discurso reformista en una región inmovilista.