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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LA TESIS DEL POSITIVISMO

En la clausura del XIV Encuentro anual de Compromiso Asturias XXI intervino el presidente del Principado. Tras ponderar la labor altruista de esta asociación, se refirió a la problemática de la emigración. Señaló que para trabajar sobre ese objetivo había que tener «confianza en las posibilidades de Asturias, enviar al destierro los tópicos sobre la decadencia, las malas comunicaciones o la escasa capacidad emprendedora».

Dos días antes, en una entrevista publicada en EL COMERCIO, Eduardo Sánchez Morrondo, presidente de Compromiso Asturias XXI, dijo que en la asociación «siempre hemos tenido una forma de ver las cosas que se traduce en positivismo». Aclaró que el positivismo es «ver la botella medio llena». Un ejemplo de positivismo lo ofreció Sánchez Morrondo en la entrevista: «Si no fuera por la guerra de Ucrania estaríamos en cifras fantásticas (crecimiento de la economía)». Me imagino que al resto de regiones españolas les ocurriría lo mismo sin la crisis energética provocada por Rusia y la consiguiente elevación de precios.

Dos personalidades distintas, una dedicada a gobernar la comunidad autónoma, y la otra a liderar la entidad que más ideas ha lanzado para el progreso de la región, comparten el positivismo, una forma distinta de analizar los problemas.

¿Cómo emergió el discurso del positivismo en la clase política asturiana?

Cuando la gran recesión -que se había iniciado en 2008- empezó a hacer estragos en la actividad económica y el empleo. Acabadas las fantasías de los planes ‘E’, la situación era muy preocupante, con el déficit público disparado, y entonces se adoptó la estrategia del positivismo. Al iniciar su primer mandato como presidente del Principado, Javier Fernández declaró: «A mí lo que me gustaría, y lo que quiero hacer, es que dentro de unos años Asturias sea la Alemania de España».

Calamidad

Una persona tan cauta como él, lanzaba un titular a la opinión pública que no se compadecía con la realidad de una tierra que estaba pasando los peores años del nuevo siglo. El mensaje creaba una ilusión, pese a la dificultad de sobrellevar el presente. Desde entonces el liderazgo político en Asturias se plantea desde la estrategia del optimismo, achicando espacios a la crítica de la oposición

En la campaña electoral de las elecciones autonómicas de 2015, el eslogan que acompañaba a la foto de Javier Fernández era ‘la Asturias del sí’. Una región positiva. Desde una perspectiva política, el asunto tiene más enjundia de la que parece, porque lo positivo agrada a todos y lo negativo produce rechazo. El truco está en asociar al Gobierno con lo positivo y a la oposición con lo negativo. No se discute sobre datos objetivos, sino sobre un juego de imágenes, los embajadores de la Asturias amable contra los resentidos de tantas batallas perdidas. Dicho de otra manera, si un partido de la oposición critica las listas de espera en la sanidad el problema no está en la larga cola, sino el carácter cenizo del grupo que denuncia el problema. En aquella época Fernández llegó a hablar del «discurso de la calamidad».

Es evidente que para mantener la ficción de una Asturias que va camino de ser Alemania y minimizar los rasgos negativos se necesitan aliados. En aquella época urgía pasar página del frustrado mandato de Foro y hubo un minúsculo grupo de centro (UPyD) que se creyó en la obligación de asumir responsabilidades de Estado. No obstante, en la tarea de idealizar la realidad el papel principal recayó en el PP, que prefería laminar a su hermano de sangre que dar la vuelta al discurso socialista.

Sin embargo, la realidad era concluyente: entre 2008 y 2015, Asturias había sido la región que menos había crecido. No solo eso, el desastre de la crisis se había llevado por delante el 10% de nuestra riqueza. Un caso único en el pelotón autonómico.

La dinámica del positivismo y negativismo se prolonga hasta nuestros días. Los problemas no se discuten, porque es más práctico descalificar al aguafiestas.

Reformas

Aun a riesgo de quedar ubicado en un lugar incómodo, creo que para relanzar Asturias hay que asumir la realidad, no mirar solo para el lado más agradable. No es un invento de los negativistas que Asturias sea una de las escasas regiones que no alcanzó el PIB de la prepandemia; para el año que viene los observatorios de análisis nos ponen en el último -o de los últimos- puesto del crecimiento.

No vivamos de anécdotas sobre la cifra de bebés que nacieron los últimos meses, porque hasta el diputado más despistado sabe que no estamos ante un cambio de tendencia en la demografía, ni nos refugiemos en el nuevo paradigma industrial, porque los problemas de la industria tradicional (por cierto, también basada en ciencia, tecnología e innovación) no están resueltos y cada año disminuyen los puestos de trabajo en el sector. Claro que debemos apostar por el hidrógeno verde, pero sepamos que en EE UU, con las ayudas de Biden, el coste de producirlo es un 55% más bajo que en la Europa de los Next Generation, así que la prioridad de los inversores no ofrecerá dudas.

Confiemos en las posibilidades de Asturias, sí, cuando el Gobierno plantee reformas. Única vía para no reincidir en los errores. No se puede pasar de farolillo rojo a líder sin cambiar el sistema de funcionamiento.

Se puede apostar por el optimismo, pero sepamos que un pesimista es un optimista bien informado.

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por JUAN NEIRA

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