El PSOE encara la recta electoral como en anteriores ocasiones: gobernando en la región y encabezando las encuestas de intención de voto. Pura rutina. No es preciso añadir que en los cuatro meses que faltan hasta los comicios hay margen para el cambio. En Europa estamos en una época donde los procesos se aceleran, ahí tenemos de presidenta del Gobierno en Italia a una señora, Giorgia Meloni, que al frente de Hermanos de Italia pasó directamente del 4% al 26% de sufragios.
En el caso que nos ocupa hay motivos para el cabreo, con la reforma del Código Penal a la medida de Junqueras, o el descubrimiento propiciado por la ley del ‘solo sí es sí’: el presidente Sánchez no tiene poder para introducir una reforma en una norma que indulta a los violadores. Primero supimos que no podía cambiar a los ministros de Podemos y ahora comprobamos que los errores de los ministerios no los puede enmendar el presidente del Gobierno. Lo que decide Irene Montero es inapelable.
Hay motivos más cercanos para el descontento, como el suscitado por la variante de Pajares que se ha convertido en todo un culebrón con traviesas, cuando estaba preparada para presentarla como ejemplo de gestión socialista.
Es muy difícil de valorar cuánto influirán estos factores, y otros similares, en el electorado, lo que sí se puede avanzar es que a los socialistas les va a ser más fácil ser el partido más votado que contar con una mayoría parlamentaria para gobernar. Solo tiene un socio fiable, IU, y ya pasaron los tiempos en que la suma de los escaños de ambas formaciones permitía gobernar.
Podemos, la tercera fuerza de la izquierda, está en un proceso de guerra interna que el aparato piensa solucionar con una gran purga. Los responsables de la formación, durante años van a desaparecer de la foto. Tenía razón el aparato cuando predicaba «otra forma de hacer política». ¡Y tanto que es otra forma!
En consecuencia, las expectativas de voto de Podemos menguarán, forzosamente, porque algo que no tolera la gente son las luchas internas resueltas con excomuniones.
Al PSOE le quedaba captar parte del electorado moderado, que se define de centro-izquierda o centro-derecha, pero esa posibilidad no la explotó durante el mandato. Estoy convencido de que Adrián Barbón hubiera jugado esa baza a lo largo de la legislatura, pero interfirió la jurisprudencia de Ferraz: política de bloques y guerra ideológica contra la derecha. Desde una perspectiva estratégica, el flanco de la izquierda estaba bastante cubierto con el sello ‘sanchista’, mientras que el centro quedó ayuno de políticas y gestos. Pedir el apoyo parlamentario para el proyecto de presupuestos no es suficiente.
Hay un asunto clave que deberían los socialistas abordar sin esperar a las elecciones. Lo sucedido con la variante de Pajares demuestra que hay que cambiar el modelo de interlocución con Madrid. En los tiempos en que Adriana Lastra era la vicesecretaria general del PSOE, la relación con Moncloa y Ferraz venía pautada. Adrián Barbón era el presidente autonómico mejor informado sobre asuntos internos del partido y uno de los que mejor conocía lo que sucedía en el Gobierno central. A cambio, el margen de discrepancia era mucho menor, en caso contrario quedaría empañada la autoridad de Lastra en su territorio ante el ‘número uno’.
Estamos en otra fase y hay que encontrar un modelo de relación que sea aceptable para ambas partes. No sé si habrá que echar broncas o no, lo que creo es que hay que tomar decisiones autónomas, tras la obligada reflexión. Para mí el ejemplo fue la deflactación del IRPF que aplicó Ximo Puig en Valencia. Seguro que a Bolaños le pareció mal y no descarto que le haya llamado Sánchez para abroncarle, pero el electorado valenciano aplaudió.
En Asturias se debía haber deflactado el IRPF porque el aumento de los precios elevó artificialmente la presión del impuesto. Y todo ello en una época en que los alimentos subieron un 15%. Todo eso lo sabe el presidente del Principado. Hay que compaginar la lealtad al Gobierno de España con ensanchar el margen para la gestión propia.
El modelo de distribución territorial del poder en España propicia las presiones entre territorios. Ejemplos hay a docenas. Cuando Barbón decretó el cierre de los colegios en Oviedo, días antes de empezar el confinamiento, Salvador Illa llamó al Principado diciendo que no era plan «que cada uno vaya por su cuenta». Pues menos mal que Barbón no le hizo caso: hubo cierre de colegios y control del turismo proveniente de la capital. Así la primera ola de la pandemia fue menos intensa en nuestra región.
Hay otro aspecto fundamental que exige la mejora de la interlocución con el Gobierno de España. Se puede expresar crudamente: nuestra dependencia del Estado es enorme. Cuando el Ministerio de Hacienda publicó las balanzas fiscales, en el año 2015, Asturias tenía 479 millones de ingresos fiscales y gastaba 2.307 millones de euros. Con las cifras en bruto somos la sexta región que más necesita de la solidaridad territorial, pero nuestra dependencia es mucho mayor si la ponemos en relación a la población. El exceso de gasto público por encima de los ingresos era entonces de 1.704 euros por persona. Una ratio que nos coloca en cabeza por encima de Andalucía, Canarias o Castilla y León. En nuestro caso, Madrid forma parte de la solución. La alternativa es el delirio ideológico que conduce a la pobreza.