El calendario avanza inexorablemente hacia la cita electoral, como en su día lo hacían las máquinas tuneladoras por la montaña de Pajares. Las únicas que cumplieron con su trabajo en tiempo y forma: empezaron en 2004 y en 2009 estaban calados los túneles. Ya se ha superado la marca de los cien días para la apertura de las urnas y los candidatos siguen a lo suyo, entregados a quehaceres y placeres, sin mirar a la cara al electorado.
En 1995 también hubo elecciones autonómicas. La crisis económica de 1993, con tres trimestres en recesión, se había llevado por delante 22.000 empleos del sector público industrial asturiano. El Gobierno autonómico se había repartido entre dos presidentes (Rodríguez-Vigil y Trevín). Se adivinaban unos comicios muy complicados para el socialismo asturiano y el PP estrenaba candidato, Sergio Marqués. Atrás quedaban los años de Rozada, como candidato de Alianza Popular, cinturón de seguridad para De Silva como presidente.
Marqués cantaba en voz alta los días que quedaban para las elecciones al empezar las reuniones de la dirección del PP: «sólo faltan 150 días, señores», «quedan 120 días», y en ese plan. Quería llegar a las urnas con el electorado movilizado. El 27 de mayo de aquel año, el PP ganaba los comicios con 21 escaños.
En la actualidad los titulares están llenos de cuestiones políticas y económicas que no estaban en la agenda electoral: los trenes y los fondos europeos para Arcelor. El fracaso de los trenes ha servido para sacar a la luz el desastre del ferrocarril de ancho métrico en Asturias. Desde que integraron a Feve en Renfe, los distintos gobiernos jugaron a dejar que se pudriera la situación, firmando planes que se ejecutan tarde, mal y nunca, mientras los usuarios cambian de modalidad de transporte. Veremos qué pasa mañana en la reunión de la ministra de Transportes con Barbón y Revilla. Los dos van disfrazados de ‘polis malos’.
En circunstancias normales, la crisis de los trenes hubiera sido aprovechada por la oposición para lanzarse a la yugular del Gobierno, pero estamos en una época de quietud, de ensimismamiento, de mirarse el ombligo, y no hubo un solo político asturiano que levantara la voz ante el escándalo.
La noticia de los 460 millones de euros para Arcelor va mucho más lejos de lo que representa la suma de dinero. Supone la oportunidad de cambiar el motor de la siderurgia asturiana. O se hace una inversión importante o se cierran las plantas por exigencias de la religión ecológica. El dilema ya está resuelto por la vía de apostar por el cambio tecnológico. El plan de la familia Mittal tiene el detalle añadido de dejar a la acería compacta de Sestao dependiendo de los prerreducidos que se fabriquen en la futura planta de DRI de Gijón.
Sobre Arcelor no hay debate político, porque si en algo siempre cerró filas la sociedad asturiana fue en defensa de la industria básica. En este caso, sin embargo, saltó la anécdota en forma de ministra de Industria, que perdió el juicio cuando supo que el candidato Canga, del PP, había anunciado la aprobación de Bruselas a las subvenciones de Arcelor. En poco tiempo dijo de todo, desde quién es ese señor para anunciar nada, que no tenía acceso al expediente administrativo, que ponía en peligro la concesión de las ayudas, hasta llegar a decir que hoy no se aprobaría la ayuda. Un rato más tarde grabaría un vídeo congratulándose por la «excelente noticia». Reyes Maroto lidera la candidatura del PSOE en las elecciones municipales de Madrid. Almeida está más contento que unas castañuelas.
Con los fiascos de trenes y las ayudas para el acero, suceden cosas extraordinarias o, al menos, inusuales, sin alterar la hoja de ruta de los candidatos. Decididamente, no estamos en la época de Sergio Marqués.
Antes, los ciclistas que subían bien los puertos de montaña atacaban en la falda del monte; ahora suben todos juntos y las hostilidades surgen, como mucho, a dos o tres kilómetros de la meta. Es la imagen que me viene a la cabeza cuando observo la precampaña electoral asturiana.
No pido que se ataquen con argumentos risibles, ni que presenten propuestas ficticias, como bajar todos los impuestos de un tirón o subir el gasto público sin límites. Lo que los votantes necesitamos es que se hable de los problemas, que se propongan cosas más o menos razonables y que no eludan los temas comprometidos: la enorme masa salarial de los empleados públicos que pagamos con nuestros impuestos, el tamaño de la Administración, el sistema trilingüe oficial para una región de 10.600 kilómetros cuadrados, las citas en la sanidad para el año 2024, el empobrecimiento a marchas forzadas de la Primaria, ESO y Bachillerato (no son capaces de decir ni una palabra de Educación), el volumen de las subvenciones de todo tipo, el cuarteamiento de la red de carreteras, la vida muelle de los diputados, la agonía de las explotaciones ganaderas, y un largo etcétera.
Hablando con la gente, detecto que cada vez hay más personas indecisas ante las urnas. Si los candidatos entran en materia, a lo mejor crece el apetito.
Dejo para el final una petición de pacto transversal, sin exclusiones, para que tenga suministro eléctrico la Zalia. Lleva tres legislaturas a oscuras. Y después quieren que se instalen empresas. A ver si entre todos financian la subestación eléctrica que debe andar por los diez o doce millones de euros. Faltan 100 días.