Sin darnos cuenta estamos ya a tres semanas de las elecciones generales. Se empieza a notar el agotamiento del personal; no nos dejaron hacer la digestión de los resultados de los comicios autonómicos y municipales y nos obligan, ahora, a comer otra ración de lo mismo.
Cine de sesión continua, con una misma estrella en la pantalla: Pedro Sánchez. Lideró la anterior campaña sustituyendo a los candidatos socialistas de capitales y regiones, y ahora se presenta voluntario para ser entrevistado en todas las radios y televisiones. No está escarmentado del resultado obtenido en mayo por el sanchismo e incrementa la dosis.
Tiene un grupo de buenos asesores que mejoran su figura, apareciendo ante las cámaras como un tipo ingenioso e inteligente. Ya dieron con el antídoto para curar su fama de trilero. Nunca miente, son simples cambios de opinión. Los asesores le suministraron dos ejemplos muy buenos: Adolfo Suárez dijo que no iba a legalizar al Partido Comunista y antes de las primeras elecciones democráticas lo legalizó; Felipe González dijo que nos iba a sacar de la OTAN y lideró la campaña del ‘sí a la OTAN’ en el referéndum convocado por él.
Buenos ejemplos, sí señor, pero sólo indican que Suárez y González mintieron en las dos ocasiones citadas. El problema de Sánchez no es que fabule una vez, es que tiene una relación episódica con la verdad.
Me sorprende su ataque frontal a los medios de comunicación, porque se da de bofetadas con su denuncia del ‘trumpismo’. Si algo caracterizó a Trump en las elecciones de 2016 fue el ataque visceral a los medios. Todos mentían y todos estaban encamados con Hillary Clinton.
Hasta ahora, el punto central de la precampaña son las alianzas de la derecha. Todo el foco está puesto sobre los pactos del PP con Vox. Los posibles acuerdos entre el segundo y el tercer partido de la legislatura pasada se presentan como materia de escándalo. La democracia española puede estar en peligro.
La demagogia abunda más en tiempos electorales, es normal, pero lo que llama poderosamente la atención es que la denuncia no la hace alguien que va a gobernar apoyado, exclusivamente, por los diputados de su partido, sino un político que está preparado para hacer todo tipo de cesiones al mariachi nacionalista (por ejemplo, en el País Vasco no habrá impuesto a las grandes fortunas), a los regionalistas con hambre atrasada, los tardocomunistas amigos de Putin, los que ansían acabar con la Constitución y repartirse la nación. Acaba de cerrar Pedro Sánchez un mandato gestionado en esa clave. Si repite mandato, y con el Tribunal Constitucional a favor, pisaremos sobre arenas movedizas.
Si un tratamiento tan desigual de las alianzas y los socios es posible, se debe en gran medida a la incapacidad de la derecha para plantarle cara. No se pueden aceptar los mantras de la izquierda, recitar toda su prédica de las memorias y, luego, quejarse. Cuando se habla del lenguaje políticamente correcto habría que colegir que ese lenguaje es el de la izquierda.
Hasta ahora la precampaña electoral no ha aportado nada novedoso. La deuda pública crece a la velocidad más alta que se recuerda: 200 millones de euros cada día, 375.000 millones en los cinco años del presidente Sánchez. A falta de planes para rebajarla, habría que advertir, por lo menos, de que el aumento de la deuda refleja la insostenibilidad del gasto público. Nadie dice nada. El crecimiento del empleo se produce sobre todo en el sector público. Las administraciones, la sanidad y la educación son los nichos de empleo. Una anormalidad en la Europa comunitaria.
De la Educación no se habla. Feijóo promete enseñanza gratuita para el primer ciclo de Infantil (cero a tres años). Me parece bien, en Asturias lo empezó pidiendo Podemos y ahora es una promesa compartida por la izquierda y la derecha, pero la educación es algo más que los beneficios sociales asociados a ella.
Aquí en Asturias tuvimos esta primavera la anécdota escandalosa del examen de Química en la EBAU. Recuerden que alumnos y padres se sindicaron para protestar ante la Universidad de Oviedo por la dureza del examen. Había sido una prueba dificilísima. Multitud de reclamaciones. ¿Saben cómo terminó? La aprobaron el 75,5% de los alumnos, una décima más que en el año anterior, cuando el examen había sido facilísimo. Cabe hacer conjeturas para que lo absurdo (muchísimos alumnos aptos en un examen de gran exigencia) sea inteligible. Como los ejercicios no se pueden cambiar, la evaluación indultó la ignorancia. El caso es que todos queden contentos.
Hasta los propios responsables de la educación centran los esfuerzos en otras cosas. En la circular para el próximo curso se hace hincapié en la salud mental de los alumnos. El coordinador de bienestar emocional de cada centro (sí, leyeron bien, en todos los colegios hay un responsable de bienestar emocional) tendrá una hora más a la semana para desarrollar esa tarea. Ni una referencia a la Química, la Literatura o las Matemáticas. Esas materias no interesan porque los alumnos ya están suficientemente formados.
Ahora lo que hace falta en las escuelas son unidades de intervención rápida en bienestar emocional. ¿Para qué está la sanidad? ¿Para qué están los psiquiatras y psicólogos de infancia y juventud? ¿O es que esos se dedican a estudiar Química y en la escuela los profesores enseñan bienestar en la pizarra?
Feijóo y Sánchez no tienen opinión sobre el tema.