Lunes 10 de julio ha sido la fecha elegida para el debate político del año: el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. La actuación más decisiva, de ambos candidatos, para ganar o perder las elecciones. Ya tuvieron debates parlamentarios en el Senado, pero bajo el formato de presidente de Gobierno y líder del PP, que es tanto como decir un duelo totalmente desigual. En una sesión medimos los tiempos de intervención. Feijóo pudo hablar dos veces, con 27 minutos de tiempo global; Sánchez habló al principio, en el medio y al final: tres intervenciones que desarrolló durante 130 minutos. Ni que decir tiene que una buena parte de las dos horas largas de discursos del presidente no la dedicó a contestar a las preguntas del líder del PP, sino a hacer un repaso de las actuaciones políticas de Feijóo cuando era presidente de la Xunta. En esta ocasión tendrán los mismos minutos en un escenario delimitado por una mesa grande y los dos candidatos sentados uno enfrente del otro.
Hay un problema que no se puede obviar, aunque no tenga solución: el cara a cara de los candidatos de los dos grandes partidos supone una ventaja electoral inestimable frente a las otras formaciones. Hacer luego más debates, con cuatro o siete intervinientes, no compensa en absoluto. Todas las encuestas dan que PP y PSOE serán los dos partidos más votados (así ha sido en todas las elecciones generales). El futuro presidente será Feijóo o Sánchez, así que el resto de debates tendrían una importancia muy limitada para la mayoría de la gente. El valor primero a proteger es el interés del público, que estará mucho mejor informado para emitir el voto con el duelo entre los dos presidenciables, así que el perjuicio al resto de candidatos no debe impedir un cara a cara que se hace en todas las democracias.
Hay dos anomalías que perjudican el desarrollo de estos debates. La primera es tolerada por los moderadores: interrumpir al que está en el uso de la palabra. En un debate de cien minutos, en el que va a tener cada uno la ocasión de hablar muchas veces, no es de recibo que se invada el turno del rival cortando su argumentación. Como tengo alguna experiencia en esto, creo que los periodistas que moderan deberían ser totalmente inflexibles. La segunda anomalía es más reciente: los políticos no responden a las preguntas que les hacen. Lo presenciamos en todas las ruedas de prensa tras los Consejos de Ministros. En el debate de esta noche veremos, en más de una ocasión, la clásica plática del «a dónde vas, manzanas traigo».