Si se quiere resumir lo que pasó en las elecciones del pasado domingo se puede decir que el PP ganó los comicios con 14 escaños de diferencia sobre el PSOE, pero que no tiene los diputados suficientes para investir a Feijóo como presidente, ya que sumados los suyos (136) y los de sus potenciales aliados se queda a seis de la mayoría.
No obstante, esta descripción, formalmente correcta, no nos informa suficientemente sobre quiénes fueron los ganadores y perdedores de los comicios. Para ello es preciso introducir cuáles eran las expectativas de unos y otros, y compararlas con la realidad.
La expectativa en el caso del PP estaba cifrada en terminar el recuento con Feijóo de presidente ‘in pectore«. Lograr alrededor de 150 escaños y recibir los 26 restantes de Vox y otros socios puntuales, como Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro. Nada de esto se ha cumplido, al quedar claramente por debajo de los 140 escaños y no sumar más de 171, como bloque.
En el caso del PSOE, la expectativa se reducía a retener la Presidencia del Gobierno. El PSOE no aspiraba a ganar las elecciones, objetivo que antes de la jornada del domingo se veía casi utópico, sino a mantenerse en el poder. Con los datos salidos de las urnas no se puede decir que ya lo haya logrado, pero dada la trayectoria de Pedro Sánchez y los partidos con los que tiene que entenderse puede convertirse en un objetivo plausible. La tarea incluye pactar con Puigdemont, pero no me parece imposible, porque el prófugo puede sacar beneficios muy importantes del acuerdo con Pedro Sánchez, algunos de carácter personal.
Podremos concluir que el PP sacó más diputados que el PSOE, pero que el resultado de los comicios supone una victoria para el PSOE y una derrota para el PP.
¿Vox y Sumar? No quedaron arrollados por el bipartidismo al superar la barrera de los treinta diputados, pero forman parte del bando de la derrota. Vox perdió muchos escaños y Sumar queda en una posición muy delicada. De los quince partidos que forman parte de la coalición, ocho tienen diputados. Entre ellos está Podemos, con cinco, que ya ha empezado a criticar a Yolanda Díaz. Me parece muy difícil que permanezcan unidos a medio plazo.
De los partidos nacionalistas, sólo ganó Bildu, que aumentó un diputado. El Bloque Nacionalista Galego (BNG) retuvo el que tenía. Todos los demás perdieron escaños (PNV, Junts, ERC) o desparecieron (CUP). En definitiva, que el único partido que cumplió sus expectativas es el PSOE, mientras que Bildu logró un avance modesto en su circunscripción y el BNG se mantuvo como estaba. Los demás perdieron.
Si hubiera que apuntar en qué factores se basó la victoria política de Sánchez, yo me quedaría con cuatro: el acierto de la fecha elegida, en pleno puente de Santiago, el exorcismo organizado en torno a la extrema derecha (da para un artículo entero), la intensidad puesta por el candidato en la campaña y lo ocurrido en la última semana, donde Sánchez ganó voluntades en paralelo a los silencios y errores de Feijóo.
De las 16 elecciones generales celebradas, la del domingo fue la octava que contó con menos participación. Con el clima de enfrentamiento tan acusado, si la cita hubiera sido en otra fecha, es probable que se hubiera elevado la participación en dos o tres puntos. Apostar por unos comicios con participación baja fue un acierto de La Moncloa para sus intereses. En cuanto a la intensidad, creo que ni el aparato del PP ni el propio Feijóo estuvieron a la altura del desafío.
¿Qué va a pasar ahora? Lo primero que va a ocurrir es un disparate para el país. De las urnas salió muy fortalecido el bipartidismo. El 65% de los diputados pertenecen al PP o al PSOE. Sin embargo, el teórico peso del bipartidismo no va a tener ningún efecto práctico, porque todas las sinergias entre las fuerzas políticas se darán dentro de cada bloque.
El PP y el PSOE no van a negociar la gobernabilidad del próximo mandato. Feijóo puede hacer algún gesto en esa dirección, pero al final no pasará de ser un ejercicio de impotencia porque, aunque los dirigentes pasan (Rajoy, Rivera, Iglesias, Casado), el bloqueo se mantiene.
Añadamos una particularidad que se va a dar en la próxima legislatura. En 2019, cuando echó a andar el pasado mandato, el centro de gravedad de la gobernabilidad descansaba en el pacto entre el PSOE y Unidas Podemos que cristalizó en el Gobierno de coalición. Para la investidura Pedro Sánchez tuvo que contar con el apoyo de algunas fuerzas (PNV, BNG, Teruel Existe, etc.) y la abstención de otras (ERC, Bildu). En esta ocasión, dada la debilidad de Sumar, la negociación política se va a dar con los grupos nacionalistas (26 escaños).
La materia del pacto con nacionalistas catalanes y vascos estará relacionada con el estatus de sus territorios, a lo que habrá que añadir los flecos de la asonada de 2017 y la cuestión de la financiación catalana (la Generalitat está en quiebra técnica). Todos son asuntos muy delicados, dados a los agravios comparativos y a traspasar la raya de la constitucionalidad, que pueden hacer descarrilar la legislatura. Si alguien tiene audacia para internarse por esos territorios, sin sentir vértigo, es Pedro Sánchez. No lo digo con admiración, sino con temor.
Ahora bien, tengamos bien presente que todos los males que padezcamos se solucionaban rompiendo el bloqueo. Una tarea para la que no hay voluntarios.