Adrián Barbón prometió el cargo de presidente del Principado sobre un ejemplar del Estatuto de Autonomía y otro de la Constitución, los dos textos que posibilitaron el autogobierno asturiano. La ceremonia de la toma de posesión de los presidentes asturianos es el acto más solemne de las instituciones regionales, donde siempre hubo espacio para las emociones al asumir la responsabilidad más importante de sus vidas. Los organizadores del acto tuvieron el acierto de invitar a los otros dos presidentes socialistas que hay en España (María Chivite y Emiliano García-Page), tras el vuelco político habido en los comicios autonómicos del pasado 28 de mayo, y a los presidentes de Galicia (Alfonso Rueda) y Castilla y León (Alfonso Fernández Mañueco), con los que Adrián Barbón ha llegado a importantes acuerdos. El hecho de que estos dos últimos sean del PP dio un mayor brillo a la ceremonia que no se rigió por el maniqueísmo imperante en la vida pública española.
La toma de posesión estuvo presidida por Isabel Rodríguez, ministra de Política Territorial, y Juan Cofiño, presidente de la Junta General del Principado. La ministra alabó la lealtad de Barbón al Gobierno central, pero el presidente del Principado recordó sus prioridades, «Asturias, lo primero».
La ceremonia, como las de sus predecesores, tuvo lugar en el palacio de la calle Fruela, que fue sede de la Diputación Provincial. Un magnífico edificio, de principios del siglo XX, que tiene en el vestíbulo y la doble escalinata su imagen más impactante. Quiero decir que el ceremonial más logrado de nuestra autonomía se oficia en una escalera. Un lugar de tránsito, sin otra funcionalidad que el ascenso o el descenso; para el primero es necesario hacer un esfuerzo, para el segundo basta con dejarse ir. Elevarse, ampliar la perspectiva, siempre es trabajoso. Cuando se transita deprisa por los peldaños surge el jadeo, como primera queja que emite el cuerpo ante el cambio de estatus. Descender, perder altura, bajar del mármol al asfalto es salir de la institución. En la escalera sólo se puede estar de pie, como ocurre en todo lugar presidido por la actividad. Allí se juntaron 350 invitados para acompañar al presidente asturiano en el momento de asumir la tarea de encabezar la región.
Me gusta la escalera, como símbolo de transición entre el Adrián diputado y el presidente Barbón. Una escalera, a fin de cuentas, siempre es símbolo de movilidad social, y en la historia, fuente de inspiración del discurso democrático.