A unas horas de dar a conocer los nombres del nuevo Gobierno, Adrián Barbón no quiere dar ya más pistas. Como hay que decir algo, el presidente señaló que estará al frente de un gobierno paritario (cinco hombres y cinco mujeres), una afirmación que no tiene nada de noticiosa, ya que la novedad estaría en que hubiera preminencia de un sexo en el Ejecutivo, sobre todo si se tratase de una mayoría de hombres. Sería un escándalo. También añadió que habrá un equilibrio entre renovación y continuidad, así como entre perfiles técnicos y políticos. La renovación o la continuidad, cuando sólo hubo un mandato, no es algo, por sí mismo, relevante. En cualquier caso, el verdadero cambio se da en la Vicepresidencia, donde Gimena Llamedo sustituye a Juan Cofiño. No son dos políticos que respondan al mismo perfil. Cofiño tiene formación jurídica, domina con detalle la problemática empresarial y el mundo financiero (en el anterior Ejecutivo era el verdadero interlocutor de las empresas) y también conoce las tripas de la Administración Pública. Llamedo, por su parte, es mucho mejor conocedora del partido, tiene más ductilidad para llegar a acuerdos, así como una gran capacidad organizadora. Reúne las condiciones para ser una buena coordinadora de las actuaciones del Gobierno. Otro activo de Llamedo para ejercer de vicepresidenta es que coincide al cien por cien en política con Barbón. La admiración es mutua.
Es importante que los titulares de las consejerías tengan experiencia política; cuanta más, mejor. No creo que sea bueno poner a gobernar a gente que no sabe cómo es la Administración pública, que no tiene un mínimo bagaje para el debate parlamentario o que no sabe hacer valoraciones políticas sobre proyectos de su departamento. La idea de poner a personas ajenas a la política en los gobiernos es un disparate. Me viene a la cabeza el bueno de Pedro Duque, que fue por un periodo corto de tiempo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, gracias a una ocurrencia de Pedro Sánchez. La opinión pública tenía una buena valoración de su figura, pero como ministro era un desastre.
En el pasado mandato, el Gobierno asturiano tuvo muy pocos consejeros con peso político. Exceptuando al presidente, a mí sólo me salen tres nombres entre los diez miembros del Ejecutivo. Hemos llegado a tal perversión conceptual, que la política es la única actividad donde ser profesional se ve como una lacra. Ese error debe quedar corregido con los nuevos consejeros que Adrián Barbón hará hoy públicos.