Sobre el reto demográfico hay consenso entre casi todos los partidos parlamentarios. El PP inició la legislatura planteando mejoras al anteproyecto de la Ley de Reto Demográfico y el Gobierno regional aceptó negociarlas.
Lo que está sucediendo es muy curioso. Antes de las elecciones autonómicas, cuando se hablaba de este asunto se sacaba a colación que se perdían 25 habitantes cada día o que hemos cruzado, hacia abajo, la frontera del millón de habitantes. Ahora, sin negar lo anterior, las medidas que se proponen no son de carácter genérico para todo el territorio, sino que van dirigidas al medio rural. Dos ejemplos. Entre las mejoras que propone Diego Canga al Gobierno destacan «las desgravaciones dirigidas a personas mayores de 70 años en zonas rurales despobladas». O deducciones en el alquiler de vivienda «a los autónomos que residan en ese tipo de poblaciones». Los socialistas también dirigen el grueso de las medidas en esa dirección. Unos y otros, en sus discursos, cuando hablan del reto demográfico aluden siempre a las alas de la región.
De lo anterior se deduce que la mayoría de nuestros parlamentarios entiende que la principal tarea del reto demográfico pasa por evitar que la gente abandone la aldea o pueblo en el que vive. Planteadas así las cosas, la pregunta brota sola: ¿cuál es el problema de fondo, la pérdida de población en el medio rural o la caída demográfica de la región?
Antes de entrar en este asunto quiero decir algo sobre las políticas contra la despoblación rural. Hemos visto propuestas extravagantes, como la que llevaba Pedro Sánchez en el programa electoral sobre desconcentración de unidades militares por las tierras de la España vaciada para hacer frente al reto demográfico. Es un ejemplo de voluntarismo delirante. Mantener con respiración asistida pueblos casi vacíos es una tarea muy costosa y, probablemente, abocada al fracaso.
Asturias, tras Galicia, es la segunda región con más pueblos sin habitantes. De las 7.000 áreas (núcleos) habitables claramente diferenciadas, hay más de 800 completamente abandonadas. Hay más de 300 que sólo tienen un habitante. Y más de 3.200 con diez o menos habitantes empadronados. Cavar trincheras (inversiones y subvenciones sin límite) para defender esas posiciones es apostar por el fracaso. En todo caso, la política de detener la sangría demográfica debe plantearse en el medio rural desde las villas. Si se tienen los pies en el suelo, para luchar contra el despoblamiento sería obligatorio sacar más beneficios de la Política Agraria Común, en concreto de la nueva figura del ‘eco-régimen’ a la que se puede adaptar la ganadería vacuna.
Pensar en organizar el modus vivendi en torno a subvenciones y anomalías fiscales es de ingenuos. Que haya una mayoría parlamentaria dispuesta a creer que se pueden repoblar las aldeas con nómadas digitales y se desentienda del declive demográfico en las zonas urbanas implica desconocer cómo es nuestra región.
Volvamos al asunto principal. ¿El reto demográfico debe centrarse en la despoblación en el medio rural o en evitar el declive demográfico de la región?
Los mismos que hace poco más de un año se escandalizaban de que Asturias tenga la misma población que en el año 1960, preparan baterías de medidas selectivas para la zona rural de las alas.
Vamos a ver, si preocupa la despoblación empecemos por decir que más del 70% de la pérdida de habitantes en este siglo se concentra en las cuencas mineras. En los veinte primeros años se perdieron 58.323 habitantes en Asturias, de ellos, 41.377 fueron en las cuencas mineras del área central. Mientras se hacían estrategias con base en la aldea, Mieres perdía casi el 25% de su población. Y puestos a hablar de pueblos abandonados, Mieres se lleva la palma, con 141 pueblos en su municipio sin habitantes. Por cierto, de los diez ayuntamientos con más pueblos sin habitantes, ocho están en el centro de la región.
Cualquier observador que no tenga prejuicios, concluirá que si se quiere hacer frente al declive demográfico regional el grueso de los recursos no puede gastarse en luchar por habitar aldeas que llevan 30 años con menos de diez habitantes, sino en actuar sobre las áreas que se despueblan, pero que tienen una masa crítica suficiente para poder invertir la tendencia si se aplican medidas acertadas.
Dicho de una manera más clara. Si el 81% del territorio regional es zona rural y en él viven el 20% de los asturianos, cómo vamos a invertir la tendencia decreciente sin incidir en el 80% de la población. No digo que haya que olvidarse del 20% restante, pero es de obtusos tratar de resolver el mayor problema que tiene Asturias (sobre eso hay consenso) dejando fuera de la solución a la inmensa mayoría de la población.
Podemos dar por seguro que si nos pasamos los próximos diez años (la «década de Asturias», según nuestro presidente) subvencionando la vida de aldea y dejando que ayuntamientos más poblados, pero que son los que más habitantes pierden cada año, se vayan empequeñeciendo, nos encontraremos al final de la década con los resultados de nuestra estrategia: el desarrollo urbano truncado, que es tanto como decir la región estancada, mientras centrifuga recursos hacia las zonas con menos densidad de población.
Al final la cuestión es muy simple, los diputados deben decirnos a qué reto se refieren cuando hablan de reto demográfico, para saber si hablan de progreso o predican retroceso.