Pedro Sánchez no pudo renunciar a tener 22 ministros. Los necesita a todos para la madre de todas las batallas en que se va a convertir esta legislatura. Los principales guerreros ganan puestos, como María Jesús Montero, con tres estrellas de cuatro puntas sobre la camisa, como corresponde a los más encumbrados del generalato: ya es vicepresidenta y, con ella, el Gobierno vuelve a tener cuatro «vices». Hablando de jerarquía, permanece de ministro, por partida doble (Presidencia, Justicia), Bolaños, que manda más que las «vices».
Por razones bélicas, abandona Óscar Puente el Ayuntamiento de Valladolid para ponerse el casco del Ministerio de Transportes. Su dura intervención en el debate de investidura de Núñez Feijóo le hizo merecedor a la cartera. Para reforzar su posición trae de Valladolid a su mano derecha, Ana Redondo, como ministra de Igualdad. Doctora en Derecho Constitucional no tiene las lagunas jurídicas de su antecesora, Irene Montero. La portavocía del Ejecutivo será para la ministra de Educación, Pilar Alegría, tercera pieza clave del Muro que alzó Pedro Sánchez para defender a la mayoría plurinacional de los ataques de PP y Vox.
Había miedo entre los ministros a la guillotina de Sánchez. Lo ocurrido en 2021 había sido horroroso. Iba a ser una pequeña remodelación del equipo y ¡zas! las cabezas de Carmen Calvo, José Luis Ábalos e Iván Redondo rodaron, junto a las de media docena de ministros. En esta ocasión se mantiene la clase media del Gabinete: Marlaska, Robles, Escrivá (cambiando de cartera), Planas, Albares. Otros permanecen para salir catapultados como futuros candidatos electorales. Ese es el caso de Isabel Rodríguez, que le dieron una nueva cartera (Vivienda), en espera de que le toque sustituir a García-Page en Castilla-La Mancha; lo mismo ocurre con Diana Morant, que añade «Universidades» al desempeño en «Ciencia», hasta que tenga templada su Tizona para la toma de Valencia.
La única depuración aconteció en los predios del socio minoritario del Gobierno. Nadie repite, salvo Yolanda Díaz, que al ser jefa de la minoría mantenía el cargo, de no mediar el suicidio. Sanidad y Cultura pasan de las manos socialistas a las de Sumar. También gestionarán el nuevo Ministerio de Infancia y Juventud. Se estrenan como ministros de Sumar, Ernest Urtasun y Pablo Bustinduy (hijo de Ángeles Amador, ministra de Felipe González), con los dos perfiles académicos más selectos del Gobierno. Para el primero será la parcela cultural y el segundo gestionará el consumo, que dejó Garzón sin hincar el diente, y los Derechos Sociales, viudos de Ione Belarra. Para ponerse al frente de Sanidad llega Mónica García, tras adquirir notoriedad por sus debates con Ayuso.
En la calle quedan, por propia voluntad, Pilar Llop y Alberto Garzón. A Miquel Iceta lo llevaron a Madrid para dejar todo el espacio a Salvador Illa: misión cumplida; Héctor Gómez pierde la cartera del Ministerio de Industria para devolvérsela a sus propietarios, los catalanes: Jordi Hereu, Piqué, Birulés, Montilla, Clos, etc. José Miñares queda despedido al transferir Sanidad a Sumar; las podemitas, Montero y Belarra, desaparecen por purga.
Raquel Sánchez perdió el tren y no está en el nuevo Gobierno. Gracias a ella, Asturias tiene un lejano y borroso protagonismo en el cambio de Gabinete, ya que los trenes diseñados para que no entraran por los túneles fue la causa de que Raquel se quedara en el andén sin poder estrenar la variante de Pajares.
Por los demás, nada. De las tres comunidades autónomas gobernadas por los socialistas (Castilla-La Mancha, Navarra, Asturias) somos la única que no se sienta en el Consejo de Ministros. La Vivienda y la Seguridad Social son para manchegos y navarricos. Tengo la misma sensación que me acompaña todos los 22 de diciembre, a mediodía, cuando finaliza el sorteo.