Álvaro Queipo, presidente del PP asturiano, ha rechazado la propuesta del presidente del Principado de imponer un modelo de cooficialidad exprés que coloque a la llingua asturiana y al eonoviego en pie de igualdad con el castellano. Queipo afirmó que su partido «no cambió un ápice su posicionamiento», lo que en su opinión es un ejemplo de coherencia «con los 175.000 asturianos que nos votaron, porque nos les prometimos la reforma del Estatuto de Autonomía». Se refirió de la necesidad de promover el bable desde la voluntariedad, no desde la obligatoriedad. El líder de la oposición lamentó que Adrián Barbón no lo haya llamado nunca en este mandato para tratar sobre los problemas importantes que gravitan sobre nuestra región, siendo el modelo trilingüe el único asunto que mereció el requerimiento del presidente. Una respuesta bien argumentada y sólida ante las urgencias inexplicables del Gobierno, que pasó de no hablar sobre la cooficialidad durante dieciocho meses a exigir la reforma del Estatuto para este mismo mes.
El Principado calificó de «portazo» la respuesta del PP a la invitación a consensuar la oficialidad de las dos lenguas vernáculas. El portavoz del Gobierno de coalición, Guillermo Peláez, lejos de hacer demostraciones de desaliento, dijo que «pese a este portazo vamos a llegar hasta el final». Tras las declaraciones de Queipo, el final de la cooficialidad exprés ya lo conocemos todos, porque la pretendida oficialidad se quedará lejos de los 27 escaños que necesita para convertirse en ley.
Peláez hizo una comparación que resulta interesante, aunque va en contra de los intereses del Principado, al preguntarse por qué lo que es válido en Galicia y, en consecuencia, para el PP gallego, no sirve para Asturias. Veamos. El modelo gallego es, de los seis sistemas de bilingüismo oficial que hay en España, el más lejano a la realidad lingüística asturiana, porque en Galicia el porcentaje de hablantes en las dos lenguas roza el 100% de la población, mientras en Asturias el punto débil del bable, al debatir sobre su oficialidad, es el porcentaje marginal de personas que lo hablan. Hace sesenta años no era así, pero la realidad social es otra. No hace falta hacer encuestas para apreciar el cambio, basta pasear por las calles de cualquier villa o ciudad para comprobar lo difícil que es escuchar a dos personas hablando en bable. Es evidente que el uso real del bable es un hándicap a la hora de querer extrapolar la experiencia gallega a la asturiana.