PP y Vox llevan a la Junta General del Principado la cuestión de la cooficialidad del bable que Adrián Barbón resucitó, nuevamente, hace un par de semanas. El líder de la oposición, Álvaro Queipo, criticó al presidente del Principado por haberse puesto en contacto con él por primera vez en el mandato para tratar sobre la cooficialidad; para los temas más importantes no tuvo a bien consultarle. Queipo afirmó que la oficialidad del bable divide y margina a la mayoría de los asturianos. Según Barbón, es el líder de la oposición quien dio la espalda a la problemática regional al no votar a favor de los presupuestos de 2024. No se puede considerar como argumento el rechazo a los presupuestos. Desde las últimas elecciones autonómicas, el PP gobierna en la gran mayoría de las regiones, con los socialistas en la oposición. En ninguno de esos territorios apoyan los socialistas los presupuestos de los gobiernos del PP. Podríamos decir que es una regla no escrita que socialistas y populares busquen el apoyo de otros grupos parlamentarios para sacar adelante los presupuestos cuando no gozan de mayoría absoluta. En el caso de Asturias, nada disgustaría más al electorado del centro-derecha que el PP apoyara las cuentas del Gobierno de coalición de la izquierda, cuando se basan en no deflactar el IRPF y en mantener los tipos impositivos más altos del mapa autonómico, justo por detrás de Cataluña, que tiene toda una batería de impuestos propios (dieciocho) para arruinar al sufrido contribuyente catalán.
Barbón declaró que plantea la oficialidad del bable por convicción personal –nada que objetar–, por coherencia con el programa electoral y «por oportunidad, porque parecía que ustedes (PP) se abrían a un tiempo nuevo». Sorprende el razonamiento del presidente del Principado. Sin hablar con el PP, sin tener la mínima garantía de contar con el voto de los 17 diputados populares, se arriesga a abrir por segunda vez en dos años el melón de la reforma estatutaria. Si el Gobierno sufrió un batacazo en el invierno de 2022, ahora va a ocurrirle otro tanto al llevar el procedimiento parlamentario hasta el final. Como, según Barbón, parecía que se abría un tiempo nuevo, concertó con el presidente de la Academia de la Llingua una nueva tentativa para imponer la oficialidad de unas lenguas que tienen un valor indentitario, pero que apenas se utilizan como vehículo de comunicación. Es un tema con implicaciones emocionales e ideológicas: se plantea con seriedad o se convierte en una opereta.