Cuando sólo falta por realizar la segunda convocatoria de la Evaluación de Bachillerato para Acceso a la Universidad (EBAU), en la segunda semana de julio, es el momento de valorar el papel jugado por la EBAU, desde 2017, en que se empezó a utilizar, hasta el presente. A partir del próximo curso será sustituida por la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU), que estará más en concordancia con la LOMLOE, popularmente conocida por Ley Celaá. La PAU, según el Ministerio de Educación, será «más competencial y menos memorística».
La selectividad, conocida con diversos nombres (EBAU, EVAU, PEvAU, PAU, ABAUS), es la prueba por excelencia de la Educación española desde el año 1974, al haber desaparecido otro tipo de controles. En la actualidad se aplican en Primaria y Secundaria las pruebas de Evaluación de Diagnóstico, que no cabe equipararlas a la selectividad porque hacen valoraciones generales, sin medir el rendimiento escolar de los alumnos con el consiguiente sistema de calificaciones. Además, son unos exámenes totalmente opacos, porque se le niega a la sociedad, que paga con sus impuestos toda la educación reglada, los resultados obtenidos. El Gobierno de España y los autonómicos no quieren que los ciudadanos tengan un conocimiento real sobre la calidad de la enseñanza de los colegios e institutos. Al hurtar los resultados evitan la crítica a los centros, dando cobertura a cualquier gestión, por irresponsable que sea. Los padres se quedan sin elementos de juicio para elegir entre centros.
Al ser la selectividad la única prueba pública de la Educación, con evaluación individual y calificación numérica, tiene un gran eco en la sociedad. Varios factores influyeron para que los resultados quedaran sesgados, al pasar de ser una prueba que se ceñía a su nombre (seleccionar), a convertirse en un trampolín colectivo para elegir estudios de grado en cualquier universidad española, con independencia del nivel de conocimientos de los alumnos. Hace ya muchos años que el porcentaje de aprobados es muy superior al que se registra en los exámenes para obtener el carnet de conducir, por citar a la otra gran prueba de aptitud al que se somete masivamente la población española.
Interferencias
Si hubiera que quedarse con un solo factor que altera los resultados en la selectividad, me quedaría con las interferencias políticas. El hecho de que la Educación se transfiriera a las comunidades autónomas hizo que la gestión del currículo quedara, en la práctica, en manos de los gobiernos regionales. En cuanto quebró el sistema bipartidista, los ejecutivos autonómicos, ante la falta de un poder central sólido, adaptaron el examen de selectividad a sus intereses e ideología. El aspecto más distorsionador fue la competencia entre regiones por presentar unos mejores resultados en la prueba de selectividad, así daban lustre a su sistema educativo y lograban que los alumnos alcanzaran una nota global (media entre la selectividad y la nota de Bachillerato) suficientemente alta como para poder estudiar cualquier grado en las universidades españolas. En esa tarea sumaron esfuerzos las consejerías de Educación, las universidades y los centros de Educación Secundaria. Los números, como siempre, no engañan.
Si nos fijamos en el porcentaje de aprobados desde 1986 hasta 1999, con los gobiernos de mayoría absoluta de Felipe González y el primer mandato de Aznar, con la mitad de los gobiernos autonómicos sin haber recibido las competencias sobre educación, vemos que el índice de aprobados pasó del 74% (1986) al 77% (1999). En trece años sólo aumentaron los aprobados el 3%, mientras que, en los trece años siguientes, el incremento fue del 9,6%.
Excelencia
Tras la aprobación de la LOMCE, el modelo de selectividad fue la EBAU. Con esta prueba los aprobados llegaron a alcanzar en Asturias el 95,8%, en 2023, el máximo en cincuenta años de selectividad. Pero lo más llamativo no está en el número de aprobados, sino en la súbita aparición de un amplio grupo de excelencia, que obtiene en el Bachillerato una nota media entre el 8 y el 10. En el caso de Asturias, esta vanguardia del saber está nutrida por el 45,9% del alumnado.
Si nos fijamos, exclusivamente, en los estudiantes que sacan 9 o 10 en la media del Bachillerato y en el examen de la EBAU, Asturias gana a todas las regiones. A la generosidad de institutos y colegios se añade la benevolencia del profesorado universitario. La Consejería de Educación está en la línea correcta. Somos la región que más se acoge a la ‘opcionalidad’ (el alumno decide las preguntas a las que responde) y la que elimina el bloque de preguntas más difícil de cada examen. Un gran Bachillerato y una EBAU liberal convierten a nuestros estudiantes en los mejor preparados del mapa.
Mapa
Hablando de mapa. Las semanas pasadas corrió por las redes una prueba del examen de la EBAU. A los alumnos les daban un mapa de España mudo, con los contornos de las comunidades autónomas rotulados. Sobre cuatro regiones aparecían los números, 1,2,3,4.
Pregunta: identifique las comunidades autónomas rotuladas con números. Otra pregunta: indique el nombre de las provincias de las comunidades autónomas rotuladas con los números 2 y 3.
Hace cincuenta o sesenta años, este era el tipo de examen de Geografía para los niños de diez años que pasaban del curso de Ingreso a Primero de Bachillerato. Nuestro genuino progreso.