Las declaraciones del presidente del Gobierno regional anunciando que este año no participará en la ceremonia religiosa de Covadonga, del 8 de septiembre, y la carta del presidente de la Junta General del Principado explicando las razones que le llevarán a no acudir a Covadonga en el Día de Asturias suscitan diversas reflexiones.
Como lo que hagan Adrián Barbón y Juan Cofiño tiene una gran influencia en el seno del PSOE, podemos decir que en un mismo mes (agosto) han surgido dos motivos para la movilización socialista. La primera vez estuvo marcada por los mensajes anónimos de un supuesto portavoz del sector crítico socialista que llevó a las agrupaciones municipales a redactar comunicados cerrando filas en torno al secretario general de la FSA. La segunda ocasión el causante de la movilización es el arzobispo de Oviedo, motejado de ultraderechista irredento. Para el Día de Covadonga no se espera que haya socialistas en Covadonga.
En ambos casos, la respuesta socialista responde a un reflejo defensivo ante ataques del exterior. Sin la iniciativa de Adriana Lastra al criticar a Sanz Montes nada ni nadie se hubiera movido. Al ser delegada del Gobierno, Lastra también jugó un papel destacado en la tarea de desenmascarar al supuesto sector crítico. En definitiva, que, si quitamos del medio las polémicas sobre turismo, nos quedamos con que los asuntos con más sustancia política del verano pasaron por las manos de Lastra. Nunca estuvo al frente de la Delegación del Gobierno en Asturias una persona con tanto peso político en el PSOE.
Extrema derecha
Otro elemento común es culpar a la extrema derecha de estar detrás de los ataques al PSOE. El arzobispo ya está etiquetado como peligroso ultraderechista y, al principio, se intentó hacer un relato en torno el anónimo sector crítico socialista, diciendo que detrás de los mensajes estaba la extrema derecha. Ya se descartó esa interpretación.
La extrema derecha, como etiqueta política, es el arma letal que emplea Pedro Sánchez para desautorizar al PP. Las elecciones andaluzas del 2 de diciembre de 2018 dieron paso a un bipartito, PP-Ciudadanos, con Vox como socio parlamentario. Sánchez llevaba seis meses en la Moncloa e hizo suyo el discurso del miedo la extrema derecha. Con él ganó las elecciones generales cinco meses más tarde (abril 2019). Desde entonces todo su discurso político descansa en transmitir a los ciudadanos el miedo a la llegada de la extrema derecha.
La pulsión del miedo proporciona un rédito electoral muy alto, imposible de superar con un discurso ofensivo, de ataque, excepto si está basado en la denuncia de la corrupción.
El PSOE atraviesa un momento muy delicado tras la doble operación de amnistiar a los delincuentes independentistas y aceptar la soberanía fiscal de Cataluña. Es un doble golpe, político y económico, al Estado de derecho y a la cohesión territorial de España. El afiliado medio socialista no era partidario de concederle a Puigdemont un estatus de inmunidad frente a las leyes y los jueces ni tampoco veía con buenos ojos que Cataluña tuviera un trato fiscal privilegiado, quedándose con toda la recaudación de Hacienda, cuando el resto de las regiones asume que más de la mitad del dinero recaudado en su territorio quede en las arcas del Estado.
Preocupación
Hasta el presente, el afiliado medio, como el diputado socialista medio, se mantuvo en silencio, pero la respuesta de la dirección socialista de Aragón, rechazando rotundamente el pacto fiscal catalán, cambia el panorama. Mañana lunes, se posicionará sobre ese modelo de financiación la dirección socialista de Extremadura. Pedro Sánchez tiene que estar muy preocupado para tomar la decisión de adelantar un año el congreso del partido.
A los asturianos no nos conviene quedar atrapados por la dinámica política de la polarización. Si eso ocurre, los socialistas no van a poder defender a la región de un sistema de financiación injusto. El alineamiento con Pedro Sánchez será tan férreo que les impedirá tener un margen para disentir. Para hablar con fuerza ante Madrid hay que tener a la región detrás, y eso es imposible cuando se bascula hacia un extremo.
Prelados
Desde las luchas obreras de los años sesenta, la izquierda encontró en la Iglesia Católica un aliado, con Vicente Enrique y Tarancón como arzobispo de Oviedo. Le pasó el testigo a Gabino Díaz Merchán, que durante 33 años estuvo de titular en la diócesis ovetense. Merchán fue más que un amigo. Ningún otro prelado en España hubiera mostrado tanta comprensión ante el encierro de cinco trabajadores durante 318 días en la torre de la catedral de Oviedo. Luego le tocó el turno a Carlos Osoro, que era un obispo de otra cuerda, pero evitó los líos. Dedicó todo su tiempo a la evangelización y rescató a un alto dirigente político de la vida licenciosa para atraerlo hacia la piadosa.
Y en 2009 llegó Jesús Sanz Montes. Un hombre profundamente conservador que cree en los valores tradicionales, como tantos obispos, aunque en Asturias llevábamos décadas acostumbrados a prelados de otras tendencias. Tiene demasiada seguridad en sí mismo para transigir con las banalidades del presente, como por ejemplo el affaire de Rubiales.
Si las élites asturianas conservarán algo del sentido común que tuvieron en la Transición, en una entrevista discreta entre Barbón y Montes quedaba todo resuelto. Por desgracia, las elites están en otra clave.