Doce de octubre, Fiesta Nacional de España, tal como viene recogido en el Boletín Oficial del Estado. Me parece más precisa la denominación Día de la Hispanidad, porque es una alusión al vínculo hispanoamericano, que se empezó a tejer cuando Rodrigo de Triana gritó ‘¡Tierra, tierra!’. Mañana de lluvia intensa en Madrid que no arredró al público, apiñado en las vallas, con impermeables transparentes, tan baratos como eficaces (no digan eficientes, por favor). Desde hace horas, más de 4.000 miembros de las Fuerzas Armadas están concentrados al fondo del Paseo del Prado, preparados para desfilar.
En la tribuna de autoridades la pose y la gestualidad de los invitados denota la tensión de los últimos días, tras filtrarse datos de la investigación de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre las andanzas de José Luis Ábalos, Koldo García, Víctor de Aldama, Delcy Rodríguez, Javier Hidalgo, etcétera. Los ministros hablan, más bien cuchichean, de dos en dos: Isabel Rodríguez y Carlos Cuerpo, Pilar Alegría y Grande-Marlaska. Entre ellos vaga la gabardina de Salvador Illa, con una media sonrisa, como si recordara un sueño de la madrugada. Como mucho había grupos de tres: Teresa Ribera, Félix Bolaños y Pablo Bustinduy (ni un 5% de españoles saben que Bustinduy tiene asiento en el Consejo de ministros). Los ministros no miran para el entorno, forman sobre el estrado unidades cerradas, portadoras de secretos.
Barbón
A su espalda, la normalidad de la Fiesta Nacional: un almirante, un capitán de navío y un general del Ejército de Tierra compartían conversación con Josep Borrell y Adrián Barbón. No hay secretos, menudean las risas, el presidente asturiano está totalmente desinhibido, se dirige a los militares de alta graduación con la camaradería propia de los que han hecho muchas guardias juntos. Se nota que le encanta hablar con Borrell. En el segundo semestre de 2018 y primeros meses de 2019 había un hombre más inteligente que el resto en el Gobierno de Pedro Sánchez. Y en cuanto pudo marchó a Bruselas. Era Borrell. Si me dejo guiar por las imágenes, todos esos ministros cuchicheando parecen políticos de provincias y Barbón es el único político madrileño, con mando en plaza. Todo el mundo tiene fortalezas y debilidades. Entre las primeras, en el caso de Barbón, está la espontaneidad en el trato, la calidez en la corta distancia, dosis altas de optimismo y facilidad de palabra. Los flancos débiles ya los conocen ustedes, de sobra.
Sánchez
Llega Pedro Sánchez unos segundos antes que los reyes de España, para opacar los abucheos. El presidente sigue los consejos de la Pantoja, ‘dientes, dientes’, y está todo el tiempo riéndose, como si estuviera pasando una semana feliz. Empieza la liturgia militar que deja poco margen para la improvisación. Felipe VI y la Princesa de Asturias cantan ‘La muerte no es el final’; también lo hace Ayuso. La lluvia se hace más intensa y hay un pequeño cónclave –Rey, presidente de Gobierno, ministra de Defensa– sobre mantener o alterar el desfile. Al menos eso es lo que parece. Al final, todo sigue su curso. No se entendería que los ciudadanos aguantaran reclinados sobre las vallas y las autoridades no soportaran un chaparrón.
Veo fotos de la recepción en el Palacio Real. Está Alberto Garzón, una especie de Bustinduy, pero con la camiseta de IU. No conozco mejor definición para el ser humano: animal de contradicciones. Cuántas veces hizo Garzón profesión de fe republicana. Cuando era ministro acusó al Rey de «maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido». Y ahora que ha vuelto a ser un peatón de la ciudad, se pone traje y corbata para hacer cola en el Palacio Real y participar en el besamanos de los Reyes. A unos los descubrimos cuando compraron un casoplón en la sierra y a otros basta con verlos con gesto sumiso, que evoca al Pemán de los años cincuenta, en Estoril, ante don Juan de Borbón.
Ausencia
Primero pensé que, producto de mis distracciones, no la había visto en la tribuna. Recapacité: demasiado alta para no reconocerla. En la galería de fotos no estaba; sin embargo, Pedro Sánchez lucía en varias con un chambergo para el agua, propio de los días de asueto. No da una puntada sin hilo. Como en la última ceremonia del Premio Cervantes, cuando recibió al Rey con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. El equipo de Moncloa cuida todos los detalles.
No hay duda: Begoña Gómez no asistió a la doble ceremonia, militar y palaciega. A falta de un parte médico que explique su ausencia, me inclino a pensar que la retirada es estratégica. No es oportuno estar bajo los focos cuando la gente se entera de que Sánchez negoció el rescate de Air Europa el mismo día que Begoña Gómez se vio con Hidalgo y, a la vez, conoce la pérdida de la cátedra en la Universidad Complutense por falta de alumnos. Hasta en las escuelas rurales asturianas hay una ratio más elevada de alumnos por maestro.
Hacía muchos años que no veía el desfile militar del 12 de octubre. La seriedad de los políticos (Feijóo y Tellado), el malestar de Pachi López (a su lado estaba Santiago Abascal), el gesto grave del Rey, delatan que las vigas del Estado soportan más carga que nunca. En solo 15 meses desde las últimas elecciones la situación ha empeorado por decisiones del Gobierno que no estaban en la hoja de ruta. Malas leyes, peores acuerdos y ni uno solo de los cómplices estaba en el estrado. Por lo menos descubrimos América.