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Juan Neira

LARGO DE CAFE

EXAMEN DE DOCENCIA

La Universidad de Oviedo tiene un programa (Docentia) de evaluación del profesorado impulsado por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA). La participación en Docentia es voluntaria y en las dos primeras ediciones se apuntaron muy pocos profesores (21 y 89). El objetivo es «garantizar la capacitación y competencias del profesorado universitario a través de una evaluación de su actividad docente». De las palabras entrecomilladas destacaría dos cuestiones: hablar de «competencias» denota que en el alma mater ya entró la letra y el espíritu de la Ley de Celaá, siguiendo la pista marcada, en su día, por la Declaración de Bolonia que en España sirvió para adaptar el nivel de la enseñanza universitaria a la LOGSE; la otra palabra clave del enunciado es «docencia», que requiere de una explicación.

En las últimas décadas el profesorado universitario se volcó en la investigación, porque para prosperar en la carrera universitaria resulta obligado tener un sólido currículo investigador. La docencia, que hace cincuenta años ocupaba la mayor parte del quehacer y del prestigio («qué bien explica, don Emilio») de los profesores, empezó a perder peso, a quedar desatendida. Docentia responde a esta situación, con independencia de que sean, o no, conscientes de ello los impulsores del programa. En esa situación están la mayoría de las universidades, con alguna excepción, como la Universidad de Deusto, donde toda la actividad estuvo (fundada en 1886) y está volcada en la docencia. Como es una universidad privada, no es fácil entrar en el juego de las comparaciones.

Para evaluar la docencia de los profesores se utilizan cuatro elementos: informe de los responsables académicos (los decanos), autoevaluación del profesor, encuesta de los alumnos e informe de los registros universitarios. A poco que se medite se llegará a la conclusión de que con esos cuatro elementos se sabe muy poco sobre la actividad docente de cualquier profesor. El decano de turno no puede estar al tanto de lo brillante o calamitoso que sea un profesor en el aula; quizás lo que más le lleguen sean los chascarrillos. Solicitar un autoinforme es como pedir que se ponga nota, una tarea perfectamente prescindible. La encuesta de los alumnos (la cubren muy pocos) es muy engañosa, porque el buen rollo y las notas altas mejoran la valoración del docente. Los registros universitarios son pura burocracia. Hacen falta datos objetivos, como los tiene el perfil investigador.

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por JUAN NEIRA

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