Antonio Trevín, como cualquier personaje público, no se explica sin conocer el entorno en el que desarrolló su actividad. Cuando adquirió un compromiso político institucional, años ochenta del pasado siglo, Asturias estaba enredada en la llamada ‘reconversión industrial’, un eufemismo para no hablar de recorte industrial, ya que se cerraban fábricas y aumentaba el desempleo.
Para un concejal de Llanes, luego alcalde, el panorama era muy distinto, siendo la tarea más importante dotarse de mejores equipamientos públicos (Instituto de Enseñanza Media) y crear suelo urbanizable para satisfacer la demanda de viviendas, proveniente, en gran medida, de fuera del concejo. En esa época, en el centro de Asturias había una figura clave, los sindicatos de clase (CC OO, UGT), sin apenas protagonismo en el oriente de la región.
La apuesta de Trevín, que no era otra que el turismo, crecía, pero todavía no había llegado la época de las vacas gordas. En sus sueños ya planeaba una marca turística para Llanes y el entorno: ‘Costa Picos de Europa’. Creo que no hace falta decir que le encantaba la política. Más tarde, en pleno siglo XXI, cuando todos los ayuntamientos de Asturias quieren tener un plan turístico adaptado a sus realidades, Trevín le explica a un periodista un proyecto muy ambicioso: construir un puerto deportivo delante del paseo de San Pedro. Ha calculado el presupuesto y tiene pensado un nombre. La forma y dimensiones del actual puerto impiden cualquier transformación.
Cuando Trevín se convierte en presidente del Principado, la salida a la crisis regional ya se ha decantado. En el sector público industrial se pierden 22.000 empleos entre 1991 y 1993. En los planes de la minería se introdujo la novedosa figura de las prejubilaciones que permitió destruir empleo a cambio de fuertes indemnizaciones, por llamarlas de alguna manera. La capacidad de Trevín de adaptarse al terreno hizo que tenga una fluida relación con los sindicatos. Crea la ‘tercera vía’ con los sindicalistas del metal. Poseía unos rasgos propicios para la tarea. Era un atento observador; meditaba cualquier respuesta, precedida de pausa; no había estridencias en sus discursos y era muy accesible. A ello habría que añadir un carácter muy estable (tenía el mismo humor los 365 días del año) y una rara habilidad para reducir la cuota de enemigos al mínimo.
Sí, ganó la opción del Trevín de los años ochenta, coronada con Los Cubos de la Memoria: «así la gente tiene un motivo para abandonar la autovía».