En un encuentro empresarial en Álava, en el que participaron las patronales de Asturias, Cantabria, La Rioja, Navarra, Soria y Álava, hubo una coincidencia generalizada en destacar que el absentismo laboral es uno de los grandes males que daña a las empresas y frena el crecimiento económico del país.
El absentismo ha adquirido unas proporciones tan grandes que combatirlo es una de las prioridades de las empresas; debería serlo también del Gobierno, pero la ministra de Trabajo no ha dicho una palabra sobre el tema tras cuatro años en el cargo. En la cita de las patronales, María Calvo, presidenta de la Fade, se refirió al «funcionamiento del sistema sanitario». Los empresarios quieren que las mutuas tengan un mayor papel, para agilizar los procesos y poder reducir el absentismo.
El absentismo laboral crece en etapas de expansión económica y baja en periodos de estancamiento o recesión. Siguiendo esta pauta, aumenta ahora con fuerza en España. De 2018 a 2024, el coste de las bajas por enfermedad se incrementó en un 74%. En la actualidad supera los 25.000 millones de euros, financiados, casi a partes iguales, entre la Seguridad Social y las empresas.
Otro factor que influye es el nivel de salarios. En 2023, los salarios en España subieron por encima de la media de los países de la UE, por segunda vez en la última década, pero en unos años de fuerte inflación hay que relacionar la subida salarial con el crecimiento de los precios, y el resultado es negativo para la mayoría de los empleados, con la importante excepción de los perceptores del salario mínimo. Otro elemento que interviene en el absentismo es la seguridad en el trabajo. A más seguridad laboral, mayor absentismo, por eso la ausencia al trabajo es más acusada en el País Vasco, con un sector industrial relevante y una Administración pública robusta.
Es preciso aportar algunas cifras para entender la importancia del problema. Millón y medio de trabajadores, de media, no acudieron a su puesto de trabajo durante los días laborables del pasado año. Tras el dato grueso, observemos el absentismo en relación con la edad por ser muy significativo.
Viejos
Un 7,9% de los afiliados a la Seguridad Social tienen más de 60 años y concentran el 3,9% de las bajas laborales. Con menos de 30 años hay un 16,8% de los afiliados a la Seguridad Social que computan el 26,2% de las bajas. Los «viejos» son la mitad que los jóvenes, pero el conjunto de veinteañeros produce seis veces más de bajas que los «viejos». Un dato espectacular que atenta contra la lógica.
Antes de entrar en lo que hay detrás del absentismo, añadamos que, durante la gran recesión, años 2008-2014, la ausencia al trabajo disminuyó, pero fue sustituida por un fenómeno propio de épocas de crisis: el «presentismo» laboral. Parte del personal acudía al trabajo por miedo a ser despedido, pero una vez en la oficina no hacía nada. En la época de la digitalización, al trabajar con ordenadores, es muy fácil pasarse horas consultando webs o dedicándose a intercambiar mensajes por correo electrónico. A efectos prácticos el presentismo es una forma de absentismo. De todo lo anterior se deriva que hay que cuestionar el amplio rechazo al trabajo de nuestros días.
Ocio
Estamos inmersos en la cultura del ocio. Una parte de la creación de bienes y servicios está destinada a mejorar el ocio. La producción ha dejado de tener importancia, porque lo que antes se producía ahora se importa desde países lejanos y ajenos a nuestra cultura. Hasta las huelgas fabriles del pasado han dejado de tener protagonismo. Los paros que preocupan a la sociedad son los que obstaculizan el ocio, como la suspensión de trenes o vuelos en la operación salida del verano o en vísperas de los días de asueto de la Navidad.
Antes se reponían fuerzas el fin de semana para trabajar el resto de los días, ahora el «finde» es el gran objetivo vital, el resto del tiempo carece de importancia. Las universidades andaluzas debaten ya sobre la semana de cuatro días; la Universidad de Granada la está experimentando en el segundo semestre de este curso. En la Universidad de Deusto es una realidad desde hace muchos años. En la Administración pública, un sector importante de empleados trabaja desde casa, sin necesidad de fatigarse con el público. A todo ello sumemos que en un país donde sus materias primas más preciadas son el sol y las playas (se prevé que este año aporten más de 200.000 millones de euros al PIB) el respaldo al ocio está garantizado. En esa atmósfera germina el absentismo laboral.
Insalvable
La ministra de Trabajo anuncia, con frecuencia, la conquista de un nuevo derecho para los trabajadores. La vía de los subsidios, justos o superfluos, es una alternativa al trabajo. España y Europa caminan en esa dirección, pero la contradicción es insalvable.
El principal activo económico del siglo XXI es el capital humano. En un horizonte de largo plazo, con un enorme desempleo estructural, fruto de la inteligencia artificial y la robotización, el estado de bienestar sólo será viable con un infinito aumento de la productividad o nos iremos de cabeza al cuarto mundo. El achatarramiento de la cultura del trabajo, operado en este cuarto de siglo XXI, convierte al absentismo laboral en un derecho de facto. Una frivolidad trágica, muy difícil de revertir, que ha crecido amparada por una elite política que no trabaja por cuenta propia ni ajena.