Los dirigentes socialistas explican el plan de ajuste ante las reacciones adversas del resto de partidos políticos y sindicatos. Zapatero asegura que no cambió de política ni dio ningún bandazo ideológico, limitándose el Gobierno a adaptarse a las circunstancias de la coyuntura. Es evidente que el decreto-ley que congela pensiones, rebaja el sueldo de funcionarios y aplaza las inversiones en infraestructuras viene dictado por el riesgo que corría la economía española en los mercados a causa la financiación de la deuda. Ahora bien, el líder político español que más desdeñó los peligros del déficit público fue el presidente del Gobierno, que repitió mil veces que nunca se recortarían los derechos sociales para hacer frente a la crisis económica. Ni durante los fracasados pactos de Zurbano ni en la última entrevista con Rajoy, planteó Zapatero un ajuste fiscal como el contenido en el decreto-ley que acaba de aprobar el Gobierno. Tuvo que sentir la presión de los alemanes y recibir la llamada de Obama para dar un cambio radical a su discurso. El plan de recortes es acertado pero la credibilidad del presidente del Gobierno está bajo mínimos. Con esa pérdida de capital político tendrá que hacer frente al enfriamiento de la economía, derivada de la rebaja de rentas y la pérdida de estímulos fiscales.

En Asturias, Javier Fernández mantiene que todas las políticas deben adaptarse a la dureza de la coyuntura, menos las subvenciones al desempleo, que son intocables. Desde estas líneas hemos mantenido repetidamente que las únicas prioridades son las pensiones y el seguro de paro, de tal forma que el resto de políticas sociales deberían ser detenidas o recortadas. Ahora, con el 11,2% de déficit público, es preciso congelar las pensiones para poder sanear las cuentas. Si no se hubieran dado alegremente 13.000 millones a los ayuntamientos habría dinero para mantener los acuerdos del Pacto de Toledo. En cualquier caso, ante una oposición que repite como un loro el mantra de la bajada de impuestos, creo que algunos líderes socialistas deberían empezar a predicar el ‘sangre, sudor y lágrimas’, porque tres años de ajuste no nos los quita nadie, y es mejor decirle al enfermo que tras una terapia penosa hay vida, que engañarle con placebos. Por encima de cualquier promesa electoral, el público valora la credibilidad del candidato.