El martes es previsible que haya una huelga en la educación Infantil y Primaria como llevaba tiempo sin verse. A no ser que mañana triunfe la estrategia de la consejera de Educación, Lydia Espina, negociando con los sindicatos que convocaron el paro, uno detrás de otro, para romper el frente sindical. Hace muchos años, en la Unión Europea se utilizaba ese método, negociando el presidente del Consejo de la UE (Presidencia semestral) con los países miembros, de uno en uno. Lo llamaban estrategia del confesionario.
No creo que Espina se haya inspirado en ese modelo, pero seguro que conoce el refrán español: divide y vencerás. Al negociar de uno en uno puede tantear fortalezas y debilidades, con la mirada puesta en la UGT, por aquello de que es el sindicato hermano. Si cambiara de criterio una de las organizaciones convocantes, la repercusión del paro sería mucho menor. La consejera tiene un resquicio de esperanza y va a jugar esa baza.
Si quedara un residuo de la cultura política de antaño, los portavoces sindicales no acudirían a la cita con la consejera porque en la víspera del paro, el único ente habilitado para negociar es el comité de huelga. De haber hecho la oferta de diálogo por compartimentos estancos en un conflicto del metal la invitación quedaría sin respuesta.
Lío
¿Cómo empezó este lío? El curso escolar en la educación pública avanzaba en calma hacia su finalización. El único problema estaba en las escuelas de cero a tres años, el primer ciclo de la educación Infantil, donde hay cien educadoras sin estabilizar en la plantilla. También en la educación concertada estaba el ambiente agitado por el cambio de jornada y por la falta de respuesta del Principado a la demanda de equiparación salarial con la escuela pública. La concertada tiene muchos más asuntos pendientes. El Principado carece de sensibilidad hacia un tipo de enseñanza que no está impartida por funcionarios de la Administración autonómica.
En esa estábamos cuando Lydia Espina, sin consultar con nadie, decidió extender la jornada escolar habitual a los meses de junio y septiembre. Desde tiempos inmemoriales, había en esos dos meses una reducción de la carga lectiva. Las cinco horas de clase se quedaban en cuatro. El tiempo de estancia en los centros era la misma, pero al liberar una hora de clase podían atender la carga burocrática de fin de curso. En caso contrario llevarían la burocracia al domicilio. La consejera quiso acabar con esa costumbre y en una resolución sobre el calendario escolar puso que la «jornada permanecerá invariable durante todos los meses del curso». Luego, aceleró el paso y sus designios aparecieron publicados en el BOPA.
Mecha
Así, sin hacer ruido, puso al profesorado ante hechos consumados. El sentido común indica que un cambio de horas lectivas hay que hablarlo con los representantes del personal, pero ni ella, que probablemente sepa muy poco de cuestiones laborales, ni la cúpula del Gobierno, creyeron conveniente dedicar tiempo a esa tarea. No consta que el socio minoritario del Ejecutivo, IU, se hubiese interesado por las diversas convocatorias de huelgas que hay en la educación antes de finiquitar el curso.
Metidos ya en el fin de semana previo a la huelga, la consejera dijo que «no pretendíamos enfadar a los docentes», le faltó añadir que tampoco quería dejarlos contentos. Apeló al sosiego, después de haber prendido la mecha.
Se agitan muchas consignas ante los paros convocados, pero la verdadera exigencia movilizadora es volver a la jornada escolar tradicional de junio y septiembre. La consejera lo sabe. Realizó una invitación formal al diálogo para tratar los temas que están sobre la mesa y añadió, «más allá de la ampliación del comedor escolar». No quiere hablar del nuevo horario del comedor porque es la causa de haber alargado las clases a los alumnos. De cómo sea de contundente la respuesta en la primera jornada de paros, dependerá lo que ocurra en la siguiente, el 5 de junio.
Protagonismo
Pese al inicio de los trabajos en la comisión parlamentaria de investigación sobre la mina de Cerredo, la retirada de Floro de la política, las artimañas de Roqueñí con el Ayuntamiento de Gijón, nada tiene tanto protagonismo en la calle como las llamadas a la huelga en la educación. Pues bien, pese a ello, desde el Principado nadie añade una palabra a las peticiones de diálogo de la consejera. El presidente del Gobierno de coalición, siempre tan locuaz, no emitió juicio. Sí puso interés en recalcar que nos estábamos pareciendo a un ‘paraíso fiscal’. Que se lo digan al Gobierno que ingresa más que nunca. Y lo que no es menos grave: la oposición parlamentaria se mantiene al margen de los conflictos en la educación.
En Asturias, hay cuestiones fundamentales que no se hacen un hueco en la agenda política. La productividad es una de ellas. El absentismo laboral, otra. La educación sería la tercera. Las tres están relacionadas. Sin una educación de calidad, que nos ponga en pie de igualdad con las regiones avanzadas, no hay futuro. La cuestión no está en ‘les escuelines’ o en la potenciación del bable y el el eonaviego (verdaderos yacimientos de empleo), únicos temas relacionados con la educación en los que muestran verdadero interés Barbón y Espina. Toda la temática de la educación la remedian con una ración de lenguas vernáculas y fotos en los colegios con niños pequeños ¿Alguien sabe cómo se sale de este agujero?