En el palacio de los Condes de Toreno de Oviedo se conmemoró, un año más, la declaración de guerra de la Junta General a Napoléon, en la sala capitular de la catedral, y la conversión en Junta soberana, el 25 de mayo de 1808. La ceremonia estuvo presidida por el presidente del Principado y participaron en ella diputados de diversos grupos políticos. Fue, sin duda, uno de los días más importantes en la historia de Asturias, que culminó los preparativos realizados desde los sucesos de Madrid. El pueblo (Joaquina Bobela, María Andallón), como los notables (Ponte, Argüelles, Cifuentes, Navia Osorio), tuvieron una actuación valiente y decisiva en esas semanas.
Sobre un fondo histórico de gran transcendencia, Adrián Barbón anunció que el 25 de mayo va a ser a partir de ahora el Día de la Bandera de Asturias. Para dotarle de una dimensión jurídica va a redactar la Ley de la Bandera de Asturias. Quiere el presidente del Principado que las celebraciones del 25 de mayo «pasen por contar con la juventud, hacerla protagonista y situarla en el centro de nuestro proyecto como sociedad». No sé si se refería al proyecto socialista o si hablaba por todos los asturianos, como proyecto regional. Como es difícil hablar de las banderas sin recurrir a los registros emocionales, Adrián Barbón añadió: «que la bandera pase de mano en mano y ondee con fuerza en brazos jóvenes como símbolo de Asturias».
La bandera asturiana la tienen ondeada gentes de edades dispares, antes de que Asturias fuera una preautonomía. Como sucedió con el resto de banderas regionales. No entiendo (o entiendo demasiado) qué hay detrás de ese repentino fervor de nuestro presidente por redactar una ley de la bandera, consagrar un día a la bandera, y arengar a los jóvenes para que la empuñen con fuerza, cuando hace décadas que no van a la mili.
No necesitamos hacer músculo nacionalista, sino tomar decisiones y hacer reformas que llevan muchos años postergándose. Somos una comunidad abierta, pacífica, que no tiene divisiones internas. Ese es nuestro principal capital. En cuanto a la juventud, es evidente que es la dueña del futuro, pero el protagonismo social pivota siempre sobre el grupo de edad más numeroso, que en nuestro caso está en la gente de más de cincuenta años. Esa es la razón por la que las políticas mejor financiadas son las que tienen que ver con la edad provecta (pensiones, dependencia, etcétera). La juventud no interesa, por eso la huelga de la educación no mereció un comentario de Barbón ni de los líderes de la derecha.