Debido a la tragedia ocurrida en Lorca, ayer quedó interrumpida la campaña electoral. Primero tomaron la decisión Zapatero y Rajoy y luego fue seguida por todos. Se entiende que los dos principales líderes nacionales tuvieran que suspender las actividades, porque su presencia en el lugar del terremoto era necesaria. La pausa establecida por el resto de candidatos carece de justificación. Es lógico que los políticos acudieran a las manifestaciones de duelo que se organizaron en sus ciudades, pero no que declararan el día de descanso. Las actividades de carácter festivo hicieron bien en anularlas, porque con nueve muertos resulta indecoroso hacer demostraciones públicas de jolgorio. Sin embargo, hablar en un mitin sobre desempleo o servicios públicos hubiese sido tan pertinente como cualquier otro día de campaña. A lo largo y ancho de España se llevaron a cabo todo tipo de actividades laborales, menos las que correspondía a los candidatos que hicieron un alto en su tarea.
El 11 de marzo de 2004 se suspendió la campaña electoral, pero no es un precedente válido. 200 personas habían sido asesinadas por un atentado terrorista y el mejor mensaje que se podía lanzar era la participación unitaria en las manifestaciones callejeras, renunciando al discurso partidista. Si el terremoto de Lorca hubiese ocurrido en el año 2004, no creo que se hubiese interrumpido la campaña ¿Por qué siete años más tarde la reacción es distinta? En España, el prestigio de los políticos está en mínimos históricos. La campaña electoral es vista como algo superfluo y molesto por una mayoría de la población. Desde esas premisas se comprende que los candidatos hayan preferido guardar silencio por miedo a que se les tachase de insensibles a la tragedia. El sinsentido es morrocotudo: a los taxistas, albañiles o veterinarios les tocó trabajar, mientras los candidatos decidieron guardar reposo.
Antes y después de las elecciones, los políticos tienen pendiente la labor de normalizar su situación en la sociedad española. Les toca dar pasos para acabar con la desconfianza que suscitan. Sueldo, vacaciones, prácticas de consumo y disfrute de ocio tienen que ir en concordancia con el resto de la sociedad. En Asturias, el ritmo de trabajo y el cobro de dietas del Parlamento es algo a cambiar desde el primer día del próximo mandato. Menos pausa y más trabajo.