Se abren las urnas con escasas incertidumbres sobre el resultado electoral y las recetas que aplicará el nuevo Gobierno, pero todo son interrogantes cuando pretendemos saber lo que va a pasar en los próximos dos o tres años.
Como punto de partida convengamos que el próximo Gobierno de España sólo puede aplicar un programa. No hay alternativas. Los que dicen que harían otra cosa lo hacen desde una posición de privilegio, porque saben que el voto de los ciudadanos no les va a poner ante la responsabilidad de gobernar. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Italia, en Holanda, en Portugal, siguen el mismo guión de subir algunos impuestos y recortar casi todos los gastos. Si el nuevo Gobierno ensayara la vía del aumento del gasto público para relanzar la economía sería intervenido por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, antes de Navidades. Las dudas que causa la economía española obligan, aún más, a retomar con fuerza la tarea de equilibrar ingresos y gastos.
Todas las palabras tranquilizadoras sobre el mantenimiento del Estado del Bienestar son papel mojado con el bono español quinientos puntos por encima del alemán. El margen que tenía el Gobierno de España para hacer concesiones se ha reducido tan dramáticamente que aunque de las urnas saliera ganador un partido distinto al que indicaron las encuestas, el programa a aplicar sería el mismo: podar el árbol del Presupuesto.
Tijeras
Hay dos bolsas de gasto público, que por su volumen, pueden reducir eficazmente el déficit: pensiones y sueldos de funcionarios. Sobre ellas actuó Zapatero en mayo de 2010, cuando las autoridades europeas le doblaron la muñeca. El próximo Gobierno no puede limitar las pensiones, después de que todos los partidos prometieran su actualización, aunque puede congelar los salarios de los empleados públicos. El resto de los grandes apartados de gasto –subvención al desempleo, intereses de la deuda- no son manipulables. El subsidio a los parados es la partida socialmente más sensible, así que su reducción traería muchas complicaciones, y los intereses a la deuda serán más onerosos: en el último ejercicio crecieron en 3.000 millones de euros pese a emitir un 14% menos de deuda.
Para cumplir el compromiso de tener un 3% de déficit en el año 2013, la Comisión Europea calcula que tenemos que reducir otros 16.000 millones en el año 2012 y 25.000 millones en el 2013. Es decir, que pese a todos los planes de ajuste presentados en Bruselas, hace falta recortar 41.000 millones más en los dos próximos ejercicios. Y es un cálculo optimista, porque la UE piensa que este año sólo tendremos un desfase del déficit del 0,5% del PIB, sobre el previsto, mientras que otros observadores lo elevan por encima del 2%.
Es evidente que la construcción de infraestructuras de transporte (carreteras, autovías, trenes de alta velocidad, puertos, aeropuertos) quedará detenida y que los gastos en Justicia, Seguridad o Política Exterior, se reducirán aún más, pero entre todos esos capítulos no se puede lograr un ahorro superior a los 5.000 o 10.000 millones. Quedan más de 30.000 millones por reducir. Hay dos vías para ello: subir los impuestos y apelar a las comunidades autónomas.
Sí, algunos impuestos subirán en el primer año, como el IVA y los Impuestos Especiales (gasolina, tabaco, alcohol). Y las comunidades autónomas tendrán que recortar en Sanidad, Educación y Dependencia.
Alemania
Lo que acabo de exponer es un programa que se puede condensar en una frase: salvar la economía española a costa de los españoles. Por eso es fácil ponerlo en un folio y muy difícil de llevar a cabo. La reducción del gasto público va a deprimir una economía que el próximo trimestre entrará en recesión y el número de desempleados aumentará, generando más gasto público, y la prima de riesgo seguirá por las nubes, obligando a pagar más impuestos para llenar la cartera de los acreedores. Hasta para un Gobierno de abultada mayoría absoluta le será extraordinariamente difícil ejecutar ese programa. En Italia y Grecia ya hay gobiernos de amplia base parlamentaria a los que nadie augura un largo mandato.
Pero lo peor de todo aún no le he expuesto. El programa de Gobierno de obligado cumplimiento es un viaje a ninguna parte. A estas alturas, la ciudadanía no cree que la política de recortes nos saque de la crisis y las autoridades europeas ya están diseñando un escenario para después del fracaso: un grupo reducido de estados serán socios de un club selecto que compartirá políticas fiscales, presupuestarias y laborales. El pasado mes, Alemania alcanzó su récord histórico de empleo, más de 41 millones de alemanes tienen trabajo, y el Gobierno federal coloca deuda al interés más bajo desde la creación del euro. Alemania se ha convertido en uno de los lugares donde se refugia el ahorro del mundo.
El plan de reducción del déficit de la UE es una imposición de Ángela Merkel, que resulta tan beneficioso para los alemanes como dañino para la mayoría de los países de la eurozona. Ese contraste no es sostenible. La postura de Merkel cuenta con el respaldo de toda la opinión pública alemana, por eso Alemania volverá a ser odiada en Europa.
El partido que gane esta noche hará bien en disfrutar de la victoria, porque pronto empezará la ascensión al Gólgota, sin un compasivo Cirineo que le auxilie.