En los últimos días la opinión pública asturiana se ha centrado en la figura de Luis Martínez Noval, con un repaso minucioso de su biografía, desde los tiempos en que trabajaba en la Cámara de Comercio de Oviedo hasta su labor como vocal del Tribunal de Cuentas. Hitos principales en ese recorrido son su entrada en el Congreso de los Diputados, en las elecciones en que el PSOE, de la mano de Felipe González, obtuvo 202 diputados. La asunción de la Secretaría General de la Federación Socialista Asturiana, en 1988, y su entrada como ministro de Trabajo en el Gobierno de González, durante la tercera legislatura socialista, a los pocos meses de haber estallado el escándalo de Juan Guerra. Conocidos los hitos, toca preguntarse por lo que hay de diferencial en el personaje.
¿Quién se parece más a Martínez Noval en el socialismo asturiano? Una mirada superficial nos llevaría a decir que es Javier Fernández. La prudencia al hacer declaraciones, la discreción en el obrar, hasta el traje de secretario general parece común a ambos. Sin embargo, una mirada más atenta encuentra claras diferencias entre ambos, pese a que hayan compartido valoraciones políticas y se mantuvieran unidos por lazos de amistad que van más allá de la militancia. Javier Fernández se erigió en líder del partido. No fue de forma inmediata, tras ganar el disputado congreso del año 2000, pero en poco tiempo surgió una nueva corriente en el socialismo asturiano, los “javieristas”, admiradores de su jefe. Noval nunca fue líder ni, por supuesto, hubo nunca “novalistas” en el PSOE. Me atrevería a decir que Luis Martínez Noval nunca quiso tener ese estatus. Su proyecto era el proyecto del partido, al que sirvió desde altas responsabilidades orgánicas y de gobierno, sin otra ambición que el trabajo bien hecho.
Nadie en el socialismo asturiano fue tan dueño de sus silencios, como Noval. Los críticos malévolos decían que el silencio era actitud de discretos, pero también de inanes. Recuerdo su intervención en el debate de investidura de Aznar, en la primavera de 2.000, cuando desaparecido Almunia en combate, Noval plantó cara al orgulloso Aznar de la mayoría absoluta. Una intervención sin complejos, directa, asentada en valores de izquierda. Era todo menos un tipo inane. El rasgo diferencial de Noval era volcarse en la política sin albergar ambición personal alguna.