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Juan Neira

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EL FIN DEL CICLO

Con 70 años cumplidos, la dimisión de Fernández Villa, como secretario general del SOMA, no debería asombrar a nadie, aunque en una región regida por la gerontocracia, en la que los puestos de representación tienen carácter vitalicio, constituya una sorpresa. Tras treinta y cuatro años de liderazgo sindical deja el cargo, en un momento en que la minería del carbón está a las puertas de la liquidación. El Gobierno de Rajoy lanzó la ofensiva final porque el ejército sindical está diezmado, entre prejubilaciones de cuarentones e incumplimientos de contratación. El histórico mete-saca de la minería hace tiempo que ha dejado de regir en las cuencas. En Asturias hay 2.500 mineros, una tropa muy menguada para imponerse al BOE. Dentro de dos años, la minería asturiana estará circunscrita a un par de pozos, que harán las veces de vestigio industrial, como museo para turistas y muestra de estudio para historiadores. El resto del carbón español se extraerá en otras regiones, en explotaciones a cielo abierto.

La fama de Villa y la aureola del Soma se deben tanto a su peso sindical como a su influencia política, característica, esta última, que acompaña al Sindicato Minero desde los remotos tiempos de Manuel Llaneza. Nada más inaugurada la democracia, el olfato de Villa le llevó a pegarse a Alfonso Guerra, un político tan poderoso como celoso de mostrar su poder. En los años ochenta del siglo pasado, Villa tenía mejor información sobre el incremento salarial que se iba a aplicar en el convenio de Hunosa que el propio presidente de la empresa. La influencia política del Soma se ejercía a través de las comisiones ejecutivas de las agrupaciones mineras. Ese núcleo y sus aliados tenían la mayoría en la ejecutiva de la FSA, y elegían los secretarios generales y los candidatos a presidente del Principado. La última gran demostración de fuerza de Villa dentro del socialismo asturiano fue la Ley de Cajas, ganando el pulso al Gobierno de Areces, y reponiendo en el cargo a Manuel Menéndez.

El poder de Villa fue muy beneficioso para las comarcas mineras, para las que llevó todo tipo de inversiones y equipamientos. Pese a tanta ayuda recibida, los ayuntamientos mineros encabezan los registros negativos en demografía y crecimiento económico. La región necesitaba otro tipo de liderazgo, que no podía venir del dirigente de un sindicato de rama.

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por JUAN NEIRA

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