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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LAS EUROPEAS, GUISO ESPAÑOL

Si los candidatos que hoy se miden en las urnas fueran coherentes con el drama europeo que vivimos en los últimos cinco años -desde que se renovó por última vez la Cámara de Estrasburgo-, las elecciones tendrían un objetivo nítido y transcendente: la creación de una mayoría parlamentaria que pudiera hacer frente a los planes de los alemanes para el Sur de Europa. En los últimos años, desde posiciones de izquierda, pero también desde el centroderecha, se levantó la voz para discrepar de la dieta de Merkel que consiste en exigir el equilibrio presupuestario a todos los socios, sin reparar en daños colaterales. Enfriar la economía de los países del Sur cuando tienen más capacidad productiva excedentaria y el récord de trabajadores sin empleo.
Al llegar la campaña electoral, cuando tocaba hacer propuestas unitarias frente al discurso alemán, unos y otros se limitaron a simples referencias retóricas; los grandes mensajes estuvieron centrados en la misma letanía de anteriores convocatorias (cohesión social, la Europa de los trabajadores, la defensa de los servicios públicos, la creación de un salario mínimo para los 28 países, la armonización fiscal, sistemas de reparto de fondos, defensa del minifundismo asturiano, etc.). Como si no hubiese sucedido un cataclismo. La excepción estuvo en los grupos radicales de izquierda, que aprovecharon la convocatoria electoral para proseguir con su particular guerra contra las entidades de crédito, a las que no sólo consideran culpables de nuestros males, sino capaces de sacarnos del pozo. La izquierda radical tiene más fe en la fuerza de los bancos que los propios banqueros. Fuera de estos grupos, la principal novedad estuvo en el sorprendente debate sobre machismo, del que algún candidato salió tuerto.
Si hubiera un resto de lucidez, la estrategia de los representantes españoles debería pasar por la creación de algún contrapoder europeo, cosa que sólo se puede lograr a través de una mayoría distinta en la Eurocámara y con el compromiso de los parlamentos nacionales de establecer unos mínimos de funcionamiento distintos a los recogidos en los planes económicos que envían a Bruselas. Como nada de esto se ha hecho, queda la consulta popular reducida a estrictas coordenadas domésticas.
MAYORITARIOS
Así planteadas las cosas, el reclamo del Parlamento europeo es la disculpa perfecta para llevar a cabo un gran test sobre el apoyo ciudadano que tienen hoy los partidos políticos españoles, un asunto de gran interés al iniciarse el gran ciclo electoral, que nos llevará dentro de unos meses a los comicios catalanes, posteriormente a la renovación de las cámaras municipales y autonómicas, para terminar 2015 con las elecciones generales. Un domingo para decidir sobre el partido hegemónico, la vigencia del mapa parlamentario, la capacidad de crecer de las formaciones medianas y pequeñas, y la espinosa cuestión de los liderazgos.
Como siempre, interesa saber cuál de los dos partidos de gobierno (PP y PSOE) tiene más apoyos. Un resultado satisfactorio para el PP sería el preludio del segundo mandato de Rajoy, una oportunidad que han tenido todos los presidentes: Suárez, Aznar y Zapatero, dos mandatos, y González, cuatro. No cuento a Calvo Sotelo, porque llegó a la Presidencia sin presentarse a elecciones. Si la victoria del PP fuera nítida, Rubalcaba habría encontrado su Waterloo, aunque sería Elena Valenciano la que pondría rostro a la derrota. En el supuesto contrario, una victoria del PSOE haría de heraldo del cambio de ciclo político y trastocaría los planes de Rajoy para el fin de mandato.
Otro asunto de atención reside en saber si se mantendrá el mapa electoral, con el dominio aplastante del bipartidismo frente a un grupo de partidos que no llegan a la docena de escaños en el Congreso de los Diputados. Si los grupos minoritarios ganan significativamente diputados en la Eurocámara, los futuros gobiernos españoles pasarán a ser de coalición o estarán, al menos, respaldados por pactos parlamentarios. Mayorías plurales y mayor dificultad para gobernar en la Cámara.
Dentro del avance del resto de partidos tiene especial importancia lo que ocurra con IU y UPyD. Desde 1996, cuando Julio Anguita obtuvo 21 diputados, IU ha perdido posiciones de convocatoria en convocatoria. Llevaba camino de ser una fuerza extraparlamentaria, hasta que llegó la crisis económica y empezó a recobrar apoyos. La gran cantera de votos procede de los desilusionados con el PSOE. Las elecciones europeas darán la medida del crecimiento de IU.
LÍDERES
El caso de UPyD es un tanto singular, porque el crecimiento que experimenta en las encuestas no cabe atribuírselo tan claramente a la crisis económica y los votos no proceden de desilusionados con un partido concreto. Gana a izquierda y derecha, aunque según las encuestas, por debajo de IU. El diferencial de UPyD está en su liderazgo. Rosa Díez tiene un tirón, por si misma, muy superior al que aportan Rajoy y Rubalcaba a sus respectivas organizaciones. No hablemos de IU, donde su verdadero talón de Aquiles está en el papel anodino y vulgar que desempeña Cayo Lara.
El liderazgo de Álvarez-Cascos, en Foro, y de Pablo Iglesias, en Podemos, ha posibilitado que en un tiempo récord se hayan hecho un hueco en el mapa político. Cuando se habla de la falta de líderes en tiempos de zozobra, hay que distinguir entre portavoces orgánicos y referentes sociales.

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por JUAN NEIRA

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