Como el valor de las elecciones europeas estaba en su capacidad para convertirse en un gran test electoral, analicemos las corrientes que se adivinan por debajo del reparto de escaños, dado que van a influir en los comicios del próximo año, cuando se renuevan las cámaras territoriales españolas, desde el último ayuntamiento hasta las Cortes Generales, pasando por la Junta General del Principado.
El movimiento más importante fue el masivo trasvase de votos del bipartidismo con destino a otras formaciones y hacia la abstención. En el caso del PSOE, fundamentalmente, hacia IU y Podemos (más de dos millones de papeletas), y en el PP el voto se fue a UPyD, Ciudadanos y Vox, y otra gran parte se quedó en casa. La reiterada crítica al bipartidismo se ha concretado en esos cambios.
CONFORMISMO
Más allá de las alusiones a la denostada “casta política”, lo que se adivina tras el corrimiento de voto son las dos debilidades que comparten socialistas y populares: exceso de conformismo y ausencia de liderazgo. El pasado 25 de mayo, PP y PSOE fueron la cruz de una moneda cuya cara estuvo representada por Podemos, el grupo triunfante, que desprecia el pragmatismo, exultante de ideología, y se articula en torno a un acusado liderazgo, personificado en Pablo Iglesias, sobre el que ha discurrido la mayor parte de los comentarios esta semana, dejando a un lado la crisis abierta en el PSOE con el anuncio de abandono de Rubalcaba.
Puede argumentarse que los partidos de gobierno tienden al conformismo, pero ese rasgo se encuentra sobredimensionado en el presente, al venir dictadas las políticas por la Troika y la Comisión Europea, convirtiéndose los gobiernos en meros administradores de un programa impuesto. El archifamoso engaño de Rajoy, subiendo impuestos, tras haber prometido su bajada, no es más que la mera aplicación de una orden externa. Desde mayo de 2010 se aplica la misma política económica en España y sus comunidades autónomas, antes firmada por Zapatero y ahora por Rajoy, sin que hubiera el más leve conato de rebeldía.
LIDERAZGO
El conformismo, la aceptación del statu quo, seguida por los dos grandes partidos, viene acompañada de otro rasgo definitorio de la actual situación, consistente en la radical ausencia de liderazgo. En el caso de Rajoy resulta muy fácil de constatar por la respuesta dada a los dos grandes problemas que surgieron en la política nacional: el “caso Bárcenas” y el desafío del nacionalismo catalán. Dos problemas de distinta naturaleza que han merecido la misma respuesta por parte del presidente del Gobierno: el silencio. La principal característica del liderazgo político estriba en que los ciudadanos se identifican con las propuestas y los discursos, una propiedad de la que carece el silencio.
Rubalcaba, como secretario general y líder de la oposición, tiene una imagen tan desgastada que es un mero retal del pasado cercano (Zapatero) y lejano (González). Un personaje incapaz de suscitar ilusiones en la sociedad española, que tiene una absoluta carencia de seguidores.
En los últimos años hemos visto surgir nuevas fuerzas políticas, de distinta orientación, impulsadas por el atractivo del líder. El primer ejemplo fue la UPyD de Rosa Díez, el “partido rosa” que ahora obtuvo 4 eurodiputados, y el último caso es Podemos, con los 5 escaños ganados gracias a la fuerza del discurso de Pablo Iglesias. Entre uno y otro, conocimos en Asturias un caso paradigmático, cuando en 2011 Cascos fundó Foro y en cuatro meses ganó las elecciones autonómicas. Tres ejemplos de liderazgo y nuevas orientaciones políticas, frente al conformismo y la burocratización de los dos grandes partidos.
POBREZA
Junto al conformismo y la ausencia de liderazgo, otro factor clave en el corrimiento del voto es la adaptación del mapa electoral a la pérdida de riqueza de la sociedad. Desde el año 2010 estamos con un nivel de paro superior al 20%, se sigue destruyendo empleo en el sector privado, y la devaluación de las rentas salariales es una realidad cotidiana. El déficit social ha traído un superávit de voto radical. La hegemonía del discurso liberal, lograda en los últimos treinta años, se resquebraja en el Sur de Europa por la depauperación de las capas urbanas.
Se inicia el ciclo electoral bajo esta nueva realidad. El centro-derecha, maltratado en los comicios del pasado domingo, va a necesitar de un renovado liderazgo para hacer frente a una izquierda social de la que brotan iniciativas radicales con resultado sorprendente, como la rendición del Ayuntamiento de Barcelona ante un grupo de okupas.
Sí, al centroderecha le toca acabar con la plaga de los desahucios, porque algunas entidades de crédito, por su cuenta, ya han renunciado a esa práctica. Sí, al centroderecha le corresponde reformar la Administración, causante de que gastemos más de lo que ingresamos, y por eso crece la bola de nieve de la deuda, con el mutismo de Rajoy y la inhibición de los socialistas. Y pelear con la Comisión Europea para que las explotaciones mineras, que sigan abiertas más allá del 2018, no tengan que devolver las ayudas recibidas. Bajo estas coordenadas, envuelta en palpables contradicciones, se van a desarrollar las próximas convocatorias electorales, oficialmente reducidas a un pulso entre dos por la estrategia defensiva de los grandes partidos.