El Gobierno teme que la retirada del blindaje legal de Don Juan Carlos de Borbón provoque una avalancha de querellas; por esa razón, el Ejecutivo prepara un nuevo fuero para que proteja al jefe del Estado al abandonar el cargo.
Vuelve el Gobierno a emitir un mensaje insólito: el penoso futuro que le espera al Rey si no se le dota de una armadura jurídica que evite los ataques del pueblo. El Ejecutivo está a un paso de reconocer que el monarca vulneró la ley y hay que crearle un burladero para evitarle penalidades. No creo que haya un solo gobierno de un país avanzado que diga cosas semejantes. ¿Qué ocurre en otras naciones democráticas cuando los jefes de Estado abandonan el cargo? La respuesta es nada. Lo mismo cabe esperar en España. ¿Cuándo abdican los reyes del centro y norte de Europa van directamente al banquillo de los acusados? Es evidente que nunca ha sucedido, así que no tenemos por qué ser diferentes. Es inexplicable que el Gobierno dé pábulo a ese tipo de especulaciones, máxime si tenemos en cuenta que lo preside el político más inescrutable de nuestra democracia. El señor de los silencios. Con la estrategia de la boca cerrada abordó el “caso Bárcenas” y quiere, ahora, derrotar a los independentistas catalanes.
Si Rajoy está preocupado por la “marca España”, como dejó entrever en alguna ocasión al reprochar a la oposición sus discursos apocalípticos ante la crisis económica, debería llamar al orden a sus subordinados. Desde el 2 de junio, día en que el Rey anunció la renuncia al trono, la suma de decisiones y declaraciones arroja un saldo desolador. Las primeras por su improvisación y las segundas por su temeridad. En el estamento político nadie está a la altura de los acontecimientos, el Gobierno fue incapaz de lanzar un mensaje sensato, cuando era tan sencillo remitirse a las previsiones constitucionales, descartando cualquier paso en falso por no estar contemplado en la legalidad. El único grupo opositor acostumbrado a asumir responsabilidades de Estado es el PSOE, pero los socialistas están centrados en el guirigay interno y si se suman al debate es para alzar la bandera republicana. Los nacionalistas se mueven en clave rupturista y la izquierda radical siente una súbita nostalgia por los años treinta del siglo pasado. Todavía no se han dado cuenta de que si España fuese una república, el presidente sería alguien como Posada, Bono, Pío García Escudero o Trillo. Qué espectáculo.