Se sustancian los últimos pasos de la operación relevo en la Jefatura del Estado con la aprobación en Las Cortes de la Ley Orgánica que encauza la abdicación del Rey y la publicación en el BOE que dará paso al ceremonial de despedida de don Juan Carlos I. El debate sobre Monarquía y República se apaga y las previsiones constitucionales se cumplen inexorablemente. En un contexto de mayor estabilidad, sin las amenazas del nacionalismo independista, con una situación económica más estable y sin que los grandes partidos estén sometidos a tensiones, es posible discutir sobre la forma de Estado, siempre y cuando todos los participantes se comprometan a respetar la Constitución, algo que olvidaron los grupos radicales y los nacionalistas al pedir un referéndum que sólo se puede celebrar si previamente el Congreso y el Senado reforman la Constitución con una mayoría cualificada.
Cuando se pusieron las paredes maestras del ordenamiento democrático español, la característica más relevante fue el compromiso. Partidos de diversa ideología y trayectoria coincidieron en la necesidad de llegar a un punto de encuentro, porque el disenso sólo significaba abrir la puerta a cualquier alternativa autoritaria. En la actualidad ocurre lo contrario, los grupos políticos aprovechan cualquier circunstancia extraordinaria para tratar de imponer sus estrategias partidarias. Sólo desde esta perspectiva se puede entender que la sucesión en el trono haya originado tanto guirigay con la celebración de una consulta vinculante sobre la forma de Estado que viola la legalidad y supondría la quiebra del sistema. ¿Por qué hace 35 años había compromiso y ahora no?
No creo que la diferencia esté en la calidad de los políticos, sino en el contexto. La democracia era una estación término anhelada por una inmensa mayoría de la sociedad, mientras que ahora el compromiso con el ordenamiento jurídico-político español no resulta especialmente ilusionante, con un desempleo que ronda el 25% y un horizonte incierto. Si a ello unimos que el desafío nacionalista convierte a España en un Estado de geometría variable comprenderemos por qué las minorías políticas y sociales se han vuelto tan ruidosas últimamente. La abdicación de don Juan Carlos de Borbón y la proclamación del Príncipe de Asturias, como nuevo monarca, siguen las previsiones constitucionales, pero hay otros problemas que no admiten solución de manual.