Felipe VI ha recibido a Mariano Rajoy, en su primer despacho como Jefe de Estado con el presidente del Gobierno. Hoy tendrá un encuentro con las asociaciones de víctimas del terrorismo y a finales de mes viajará al Vaticano, su primer desplazamiento oficial al extranjero. Posteriormente visitará Portugal, Marruecos y Francia. Dar prioridad a las asociaciones de víctimas del terrorismo es un completo acierto porque forman el colectivo con el que tiene una deuda más grande el Estado. No es una cuestión del pasado, sino del presente. ETA no se ha disuelto y las organizaciones políticas nacidas bajo su férula, con escaños en las cámaras, luchan por blanquear el conflicto poniendo a los terroristas en la calle, como si se hubiese aprobado una siniestra ley de punto final que sólo beneficiaría a los pistoleros. Los familiares reivindican la memoria de las víctimas y claman porque la justicia predomine por encima de cualquier otra consideración. Una pretensión contenida en el viejo aforismo recogido por Kant: “hágase justicia aunque el mundo perezca”. La lucha –ahora, por fortuna, incruenta-, entre el Estado de Derecho y el terrorismo se inclinará de un lado u otro según el trato que se dé a las víctimas. Esta consideración, especialmente molesta para los amigos de hacer concesiones sin límite al nacionalismo radical vasco, es valorada por el Rey, de ahí la decisión de verse con las asociaciones. A las víctimas del terrorismo se las traiciona con el olvido y se las honra con el recuerdo. Felipe VI lo tiene claro.
El viaje al Vaticano se inscribe en el tradicional vínculo de la Casa Real española con el pequeño Estado de los Papas. En esta ocasión tienen suerte los reyes de España porque el Papa Francisco es el líder más atractivo que hay en el mundo. Juega el mismo papel que desempeñaba Gorbachov hace 25 años, cuando fue recibido por 300.000 personas en Berlín occidental al grito de “Gorby, Gorby, Gorby”. Es la mayor esperanza de nuestro tiempo. Del ramillete de grandes líderes mundiales, Francisco tiene el discurso más progresista, por sus formas y su fondo. Los viajes a Portugal, Marruecos y Francia son obligados por las buenas