En la FSA, como en otras federaciones socialistas, el favor prestado por Pedro Sánchez a Esquerra Republicana de Cataluña y a Democracia y Libertad (antigua Convergencia Democrática de Cataluña), cediéndoles dos senadores para que formen grupo parlamentario en la Cámara Alta, ha producido un fuerte disgusto. El argumentario desplegado por la cúpula del partido no es de recibo. Decir que se trata de simple cortesía parlamentaria, habitual en otras legislaturas, es pura frivolidad. Hace diez o quince años, el nacionalismo moderado catalán formaba parte del núcleo de fuerzas que sostenían el sistema democrático, pero ahora es la viga sobre la que se apoya la ofensiva independentista contra el orden constitucional. Sacar a relucir que el Senado es la Cámara territorial, por lo que debe tener especial acomodo la representación nacionalista, es tomar el rábano por las hojas, ya que el Senado no pasa de ser en la actualidad una instancia de “segunda lectura”; aunque estuviese ya estructurado como Cámara territorial, la organización interna debería atenerse a lo estipulado en el reglamento sin hacer favores a grupos nacionalistas que trabajan a favor de proyectos secesionistas. Más chirriante resulta el argumento cuando los dos grupos catalanes favorecidos por el PSOE registraron ayer dos iniciativas parlamentarias: el reconocimiento del derecho de autodeterminación y la eliminación del Senado del sistema institucional del Estado.
Pedro Sánchez debe prescindir de disculpas que no convencen a nadie. Es muy grave que a los pocos días de exponer el nuevo presidente de Cataluña sus planes secesionistas, el segundo partido español se apunte a colaborar con los portadores de esos planes en el Parlamento. Pedro Sánchez es un hombre ávido de poder. Siente la urgencia de alcanzar el Gobierno, pero su partido, el más antiguo y democrático del panorama político español, está en la obligación de recordarle que el fin no justifica los medios. Si para llegar a la Moncloa necesita formar una alianza heteróclita de fuerzas, que va desde grupos que están en la periferia del sistema democrático (me cuesta tacharlos abiertamente de antisistema) hasta partidos que buscan la ruptura del Estado, pasando por el PNV, lo mejor que puede hacer es quedarse en la oposición. Olvidarse de intereses personales y esperar unos años. Es el mejor servicio que le puede hacer a la España democrática.