La reunión entre Rajoy y Sánchez respondió a las previsiones: menos de una hora de conversación y ningún acuerdo como resultado. Rajoy pretendió establecer algún nexo para fijar nuevos encuentros, sacando a relucir el documento aprobado en el Comité Federal del PSOE como materia de negociación. Ni partiendo de un guión de la dirección del partido aceptó Sánchez negociar con el presidente en funciones. Las relaciones políticas, económicas y humanas se rigen por la regla del compromiso máximo posible: el techo del acuerdo lo fija el socio que está dispuesto a compartir menos. El encuentro entre los dos líderes fue un caso extremo de esa regla, ya que no se sacó nada en limpio porque el secretario general del PSOE tiene interés en evitar cualquier tipo de coincidencia. Para los intereses de Rajoy el hecho más positivo estuvo en el inicial apretón de manos.
Pese a sentir cómo le daban con la puerta en las narices, Rajoy ensayó un discurso positivo echando mano de la lógica: “hace falta llegar a un marco de entendimiento”. El presidente en funciones volvió a recordar que sin algún tipo de entente entre PP y PSOE estamos abocados a una tercera convocatoria electoral. En este punto cabe recordar cómo actuó Rajoy tras los comicios del 20 de diciembre, cuando comprobó que pese a ganar en las urnas no tenía posibilidades de ser elegido presidente en el Congreso de los Diputados. En aquella ocasión no hizo ningún esfuerzo extra, porque tenía un plan “B” definido: la convocatoria anticipada de elecciones. Se limitó a ironizar sobre los intentos de pacto del resto de partidos. Le salió bien la jugada, pero ahora el escenario de unas terceras elecciones resulta muy peligroso para todos.
Pedro Sánchez quiere camuflar el veto puesto a Rajoy con una afirmación positiva: “que se pongan de acuerdo las derechas”. Interpreta la compleja situación española a través de una simple premisa ideológica. En estos días se cumplen los cinco meses del pacto entre Sánchez y Rivera, que permitió al primero presentarse a la investidura. Entonces no le interesaba a Pedro Sánchez hablar de Ciudadanos como un partido de centroderecha. Es un truco que utilizan muchas veces los socialistas, cuando quieren se expresan con ortodoxia ideológica -izquierdas y derechas-, y cuando les conviene utilizan otros términos más imprecisos: fuerzas progresistas. Rivera era progresista, pero si un día pacta con Rajoy será un cavernícola.