Aunque perdía o le robaban muchas tarjetas de crédito (al parecer, tuvo casi una veintena, vinculadas a tres cuentas del SOMA), José Ángel Fernández Villa las renovaba con prontitud para seguir cargando gastos a su cuenta. En los años que se examinan –2001 y 2012– pagó con dinero de plástico bienes y servicios por un valor de 73.000 euros. Los gastos de una familia de clase media acomodada. A ello hay que sumar los tiques de consumos de todo tipo que le daba al contable del SOMA para que los incluyera en la contabilidad del sindicato. Las cosas que compraba con dinero y las que adquiría con tarjeta eran de similar naturaleza: libros, ropa, puros, facturas de restaurante, etcétera. Si nos atenemos a las declaraciones de Villa en el juzgado, las tarjetas no las utilizaba por ignorar la clave bancaria, en cuanto a la responsabilidad sobre los tiques se la pasó al contable, ya que él se limitaba a vaciar los bolsos y el empleado decidía sobre qué gastos eran del SOMA y cuáles tenían un carácter personal o privativo.
La jueza considera que los hechos están ya suficientemente aclarados y por eso negó la posibilidad de aportar nuevos documentos y escuchar más testimonios. De todo lo que se dilucida en este sumario (que no es toda la historia de Villa, ni mucho menos) lo que me resulta más enigmático es un detalle que pasa desapercibido: el cheque nominal que entregaba la empresa Hunosa a Villa con las dietas de docenas (¿centenares?) de sindicalistas del SOMA que acudían a las reuniones del comité intercentros. En el caso de CC OO, la empresa no entregaba las dietas al secretario general de la federación sindical minera, sino que iban destinadas a las personas que les correspondían. ¿Por qué le entregaban dinero al jefe del SOMA, sabiendo que eran otros los titulares de los derechos generados? ¿En qué gran empresa se funciona de una forma tan chapucera? No hace falta tener el colmillo retorcido para pensar que detrás de esa forma de proceder hay algo oscuro que nadie quiere aclarar. Ya saben: toca pasar página.