Al llegar la hora de la verdad parece que el supuesto valor de los independentistas catalanes se queda en simple bravuconería. La presidenta del “Parlament” detuvo la tramitación de la Ley del Reférendum, la primera de las normas de desconexión con el Estado. Carmen Forcadell evitó dar explicaciones. En la reunión de la Mesa del “Parlament” los portavoces del PSC y de Ciudadanos le preguntaron reiteradamente por qué no se debatía una disposición registrada el 31 de julio por los miembros de Juntos Por El Sí, y la presidenta de la Cámara legislativa sólo acertó a decir que estaban valorando cuándo la iban a tratar. El proyecto estaba en el orden del día de la reunión de la Mesa del “Parlament”, pero ha quedado aparcado. Se comenta que va a ser tratado en el primer pleno del curso político, los próximos siete y ocho de septiembre, aunque no pasan de ser meras especulaciones. La mejor pista sobre lo que está ocurriendo la dio la propia Carmen Forcadell cuando señaló, fuera de la reunión, que “no es una situación fácil por la judicialización de la política y la situación a la que están expuestos cinco miembros de la Mesa”. Traducido de una manera mucho más breve y rotunda: hay miedo.
El disparate más espectacular de todos los ocurridos en los cuarenta años de periodo democrático está a punto de venirse abajo. En el mes de septiembre se van a cumplir cinco años del día en que Artur Mas dio por finiquitada la etapa autonómica para abrir un atajo hacia la independencia. Saltándose la legalidad, actuando de forma manifiestamente antidemocrática, los partidos independentistas fueron levantando un proyecto que no tiene parangón en el mundo avanzado. No lograron un solo aliado en la escena internacional, carecen de apoyos en España y tienen más de la mitad de la población catalana en contra de la creación de un Estado independiente, que quedaría automáticamente fuera del euro y de la UE.
Aun así, el núcleo duro del nacionalismo catalán recorrió durante un lustro la senda del disparate hasta llegar al punto de no retorno. Llegado el momento de dar el paso decisivo parece que sienten vértigo. Les comprendo. Viven rodeados de tanta riqueza, conforman la clase política con sueldos más altos de España. Gastan como manirrotos (deben ya más de 75.000 millones de euros: dieciocho veces la deuda de Asturias) y Cristóbal Montoro les transfiere dinero para que refinancien los créditos. Toda esa opulencia se puede esfumar por un exceso de narcisismo.