Termina una semana con más acontecimientos en la política española que en años enteros. El prólogo fue el referéndum del primero de octubre. Una jornada desastrosa, donde los que llevan las riendas del Estado incurrieron en la frivolidad de improvisar, dejando a policías y guardias civiles a los pies de los caballos.
El ministro Zoido y el mando único confiaron en la labor de los Mossos de d’Esquadra que fueron a la cita con camisa fina de manga corta, gorra de plato y pantalones y zapatos de paseo. Los cascos, botas, toletes, coderas, rodilleras, protecciones y chalecos los reservan para los desahucios. Todavía resuenan en nuestras cabezas las veces que le oímos decir a Rajoy que «no habrá urnas». Más incompetencia, imposible.
La huelga oficial de Cataluña, sin descuento en las nóminas de los funcionarios, fue la borrachera del independentismo tras el doble éxito dominical, burlando al Gobierno y apareciendo como mártires ante la opinión internacional.
EL DISCURSO DEL REY
La inflexión de los acontecimientos se produjo con la intervención del Rey. Un discurso breve, sin circunloquios, y que entendió todo el mundo: la culpa de todo lo que está pasando corresponde a la Generalitat; los poderes del Estado deben recurrir a los mecanismos legales para restablecer el orden en Cataluña.
El Rey hizo lo que le tocaba hacer al Gobierno y dejó expedita la vía del artículo 155 de la Constitución, un recurso legal que debía haberse utilizado a primeros de septiembre cuando el ‘Parlament’ procedió a la aprobación fraudulenta de las leyes del referéndum y la desconexión con el Estado. Carlos Puigdemont pasó de decir que no aceptaba hablar con Rajoy (esa era su postura el lunes, día de la huelga) a mostrarse abierto al diálogo.
Otra consecuencia importante del discurso estuvo en anular la alternativa de Pedro Sánchez al conflicto. El secretario general del PSOE había apoyado al Gobierno hasta el día del referéndum, pero al comprobar su resultado cambió de guion y demandó una convocatoria por parte del Gobierno a todos los partidos parlamentarios, sin establecer líneas rojas para el diálogo; el líder socialista también exigió a Mariano Rajoy que abriera conversaciones con la Generalitat. Para completar el cambio de táctica, Margarita Robles, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados, anunció la reprobación de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, por lo ocurrido el 1-O.
De haberse entrevistado esta semana Pablo Iglesias con Mariano Rajoy, estoy convencido que hubiera pedido al presidente del Gobierno las mismas cosas que Sánchez.
Si las demandas del líder del PSOE fueran satisfechas, el Estado quedaría definitivamente humillado ante los cabecillas del independentismo. Es evidente que el dirigente socialista preparaba el camino para una pronta campaña electoral, en la que el PP estaría condenado a la derrota y él se alzaría como el interlocutor de los nacionalistas.
En el momento en que más se necesitan hombres de Estado, Pedro Sánchez trabaja en clave partidaria, cuando no en promoción personal. Cualquier cosa con tal de llegar a la Moncloa.
Carlos Puigdemont se vio en la necesidad de replicar al Rey. El ex alcalde de Gerona se probó el traje de presidente de la República catalana para ofrecer la cara edulcorada del independentismo. Un discurso de tú a tú, entre jefes de Estado.
Puigdemont trabajó tres ideas: Cataluña está unida como una piña; una paz monacal recorre la comunidad, sin conflictos lingüísticos ni culturales; estamos abiertos a cualquier mediación, pero no nos desviaremos un milímetro del objetivo final. Y deslizó un mensaje subliminal: España es violencia e imposición.
EL CAPITAL TOMA MEDIDAS
No imaginaba el ‘president’ que desde la propia Cataluña iban a romper el cuadro idílico que había pintado. El mundo del dinero sintió vértigo y buscó la salida de emergencia: Banco Sabadell, Gas Natural, CaixaBank, Catalana Occidente, Dogi, Banco Mediolanum, Service Point, etc. Se agolpan en la cola Freixenet, Abertis, Codorniú…
Hay demasiadas ganas de escapar de Cataluña para creer que es una tierra pacífica y sin conflictos. Quizás cuando todos los que quieran emigrar se hayan ido, los que se queden dentro estén unidos y en paz.
El discurso del Rey y la respuesta del empresariado han permitido a los constitucionalistas recuperar parte del terreno perdido el domingo pasado. La credibilidad del independentismo para gobernar la nave de un nuevo Estado es nula.
La situación es muy compleja y cambiante. El próximo martes, tanto declare Puigdemont la independencia o la condicione a la celebración de nuevos comicios, es preciso que los partidos constitucionalistas mantengan la unidad en torno al mensaje del Rey.
Lo sucedido es de extrema gravedad. No es de recibo que los mismos dirigentes que han violado la Constitución y las leyes sigan gobernando como si no hubiese pasado nada. Los enemigos del Estado no pueden representar al Estado en Cataluña. La aplicación del artículo 155 de la Constitución es obligada.
Con esa medida excepcional no se abre un camino de rosas, pero tampoco se puede ir a unas elecciones sesgadas por el matonismo de los independentistas y la propaganda de un ‘govern’ que traicionó la lealtad prometida a la Constitución y al Estatuto de Autonomía de Cataluña.