El próximo fin de semana se va a celebrar el congreso regional del PP. Dos candidatos se van a disputar la Presidencia del partido, lo que ha servido para que la cita se interprete como un pulso personal entre Ovidio Sánchez y Juan Morales, en una nueva versión del clásico, «quítate tú para ponerme yo».
En las intervenciones en ‘blogs’, tertulias y otros variados foros se critican las actitudes de Ovidio Sánchez, que lleva nueve años al frente de la organización asturiana, pero no se habla de los errores cometidos. El hecho de que Juan Morales constituya una alternativa de poder propicia que los análisis se hagan en clave de sujeto, pero la política es algo más que las virtudes o defectos personales, así que si el PP quiere enderezar el rumbo y pasar de derrotas a victorias electorales tendrá que hablar de política y dejar las claves personales en un segundo plano. Ovidio Sánchez puede decir, sin faltar a la verdad, que todos los errores cometidos fueron colectivos, porque no hubo discrepancias sobre las principales decisiones.
En la ponencia política que se debatirá en el congreso se habla de mantener «una estrategia dialogante, alejada de los radicalismos» y se dice que hay que esforzarse por aparecer como un «partido interesado por los problemas de los ciudadanos». La ponencia insiste en dar la imagen de partido «amable y simpático».
Ganar elecciones
La reflexión política de cara al congreso se queda en la epidermis de la línea política. ¿Qué partido no quiere ser visto como un grupo simpático, atractivo y cercano a los ciudadanos? Los líderes políticos embellecen su biografía, con frecuencia, y tratan de presentarse como ciudadanos sin mácula, pero la estrategia política va más allá que los brillos de una foto.
El PP de Ovidio Sánchez nunca fue un grupo radical ni antipático. No es un ogro ni mete miedo a los niños y, sin embargo, pierde las elecciones. Cuando Francisco Álvarez-Cascos era vicepresidente del Gobierno o ministro de Fomento proyectaba una imagen más dura, sobre todo en su confrontación con el Principado, y ganaba elecciones. Está bien cuidar la imagen, pero no se puede reducir la estrategia de un partido a una cuestión de maquillaje. El problema no está en la amabilidad, sino en la seriedad.
Dos errores
Sobre el Partido Popular asturiano pesan los errores, que fueron de carácter colectivo y abarcan a todos sus dirigentes. Voy a resaltar dos de los cometidos este año. El primero de ellos tiene que ver con la campaña de las elecciones generales. La salida de Gabino de Lorenzo de su feudo ovetense levantó una gran expectación. Los pronósticos apuntaban hacia una victoria histórica que serviría para inflexionar la tendencia declinante del PP asturiano y proyectar al regidor de la capital como líder indiscutible de la derecha regional hacia la Presidencia del Principado. Sin embargo, la campaña no mostró un PP distinto, sino una candidatura pintoresca, capaz de ofertar tres ramales de alta velocidad hacia el aeropuerto, saliendo de Oviedo, Gijón y Avilés, y una vía de doble ancho hacia Covadonga. Un programa inconsistente con puesta en escena bufa a cargo de Gabino de Lorenzo. La derrota en las urnas fue inferior al crédito perdido ante los ciudadanos.
El otro error tiene que ver con el Estatuto de Autonomía. El PP y el PSOE asturianos coinciden en tener un acendrado sentido del Estado y un sentimiento español fuera de toda duda. Ése es uno de los grandes activos de nuestra región.
En la ponencia parlamentaria encargada de reformar el Estatuto de Autonomía se dio pronto una gran sintonía entre ambos grupos sobre los contenidos del texto. Cuando se iba a cerrar el trabajo, el PP dio la espantada arguyendo que las negociaciones del PSOE e Izquierda Unida para formar gobierno ponían en entredicho la reforma del Estatuto.
El PP se opuso a la aprobación de nuevos estatutos, caso de Cataluña, y consensuó otros con el PSOE, caso de Andalucía. Lo que no hizo en ningún territorio es acordar casi todo el texto y, cuando sólo estaba pendiente la cuestión de la capitalidad, abandonar la ponencia parlamentaria. Soy consciente de que a la población le interesan menos los estatutos de autonomía que a los políticos, pero la opinión pública toma nota de las frivolidades, tanto da que vengan envueltas en mercancía electoral o en normas autonómicas.
Excentricidades
El PP asturiano tiene una extraña forma de desconcertar a su clientela natural con posiciones ideológicas que chirrían a la derecha social. Durante la pasada campaña electoral, algún candidato o candidata hizo alusión a la oficialidad de la llingua, como si fuera una posibilidad que tenían en cartera. En otras regiones, este tipo de planteamientos pueden consensuarse con otras fuerzas, pero la iniciativa nunca parte del Partido Popular.
En el terreno ideológico, la apuesta estratégica más extravagante es la alianza con los sindicatos mineros, lo que lleva al PP a secundar cualquier iniciativa de los líderes de las cuencas y a actuar como correa de transmisión de las organizaciones sindicales en el Parlamento.
El congreso del PP no puede convertirse en un concurso de belleza, sino que es la ocasión pintiparada para discutir sobre la estrategia política. Ya está bien de llenarse la boca criticando la falta de democracia interna sin que nadie levante la voz sobre los errores de bulto cometidos.
La crisis económica le va a dar al PP una baza inesperada para poder retornar al poder. Es hora de abandonar las frivolidades y de actuar con seriedad. El congreso es una buena ocasión para la autocrítica.