La resolución de la Audiencia de Schleswig-Holstein (Alemania) de entregar a Carlos Puigdemont a España con el único cargo de malversación de caudales públicos pone en una situación difícil a nuestro Tribunal Supremo. De aceptar las condiciones de la entrega señaladas por Alemania, el expresidente de la Generalitat solo podría ser juzgado por ese delito en nuestro país; además, es probable que recobrase la libertad, gozando de todos sus derechos políticos. Renunciar a la entrega sería sinónimo de confinar a Puigdemont en Alemania, porque si se desplazase a otro país podría reactivarse la euroorden.
A toda esta desagradable situación se ha llegado porque los jueces alemanes han actuado de una manera totalmente improcedente, cargándose el concepto de euroorden y entrando ellos a dilucidar si hubo o no actuación violenta por parte de los independentistas, algo que corresponderá realizar a los jueces españoles que formen el tribunal que juzgue a los sediciosos. La justicia alemana no se fió de la independencia del Tribunal Supremo e invadió sus competencias para llegar a la conclusión de que Puigdemont solo transgredió la legalidad utilizando el dinero público para fines distintos a los que estaban estipulados. Piénsese, por ejemplo, en los recursos destinados a organizar el referéndum ilegal del 1-O. Sin embargo, los elementos más punibles del proceder del expresidente y sus consejeros, como el impulso dado a leyes contrarias a la Constitución, pese a ser apercibidos por el Tribunal Constitucional, o los pasos dados para la declaración unilateral de independencia, son perfectamente legales para los togados alemanes.
Si un grupo independentista de Baviera, por poner un ejemplo, actuara de idéntica forma en Alemania, todo el peso de la justicia caería sobre los cabecillas del movimiento, siendo acusados del delito de alta traición. Tratándose de Alemania aceptan que se tipifique su conducta como alta traición, pero si ese mismo proceder acontece en España no consideran que se pueda hablar de la alta traición que es la rebelión.
Los magistrados del Tribunal Supremo sabrán valorar la respuesta. Si en mis manos recayera esa responsabilidad no aceptaría nunca juzgar a Puidgemont por el único delito de malversación de caudales, ya que es una humillación intolerable. Llévese la disputa jurídica a los tribunales de la UE y júzguese, mientras tanto, al resto de la cúpula independentista. Nuestra dignidad está en juego.