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Juan Neira

LARGO DE CAFE

ENTRE AVELINO Y TINI, ALCALDE Y PRESIDENTE

Recuerdo a Vicente Álvarez Areces, Tini, recién regresado de Madrid para encabezar la candidatura socialista al Ayuntamiento de Gijón. Una ciudad en blanco y negro que el flamante aspirante a la Alcaldía recorría con un Renault prestado y respaldado por un manifiesto de ciudadanos conocido por el «vericueto». El cognomento le venía de hacer una mezcla con los nombres de los dos primeros firmantes, Silverio Cañada y Juan Cueto: vericueto.

La fuerza de Areces procedía de la sociedad y la necesitaba para hacerse respetar por un aparato socialista que recelaba del exdirigente comunista. En realidad, la supuesta mancha comunista en el expediente era una mera disculpa, porque lo que temían del candidato era su fuerza, su capacidad de hacer política, su independencia (no había cogido el carné socialista) y, por qué no decirlo, su probada capacidad de gestión al frente de la dirección provincial de Educación, cuando lograba de Madrid aprobación y recursos para construir colegios. Un día se lo comentaría a un periodista: «yo pedía, mientras otros responsables provinciales ponían dificultades».

Las bases socialistas gijonesas estaban divididas entre la fidelidad al anterior alcalde, José Manuel Palacio, y la apuesta por Tini. El socialismo mayoritario en la región tenía un sentimiento de rechazo, en concordancia con sus intereses hegemónicos.

Gijón

Areces ganó en las urnas, como haría en las otras ocho ocasiones (otras dos veces en el Ayuntamiento, tres en el Principado y tres en el Senado) en que se presentó a unas elecciones en los siguientes 29 años. Las dudas del aparato sobre el candidato no las tenía la sociedad.

No obstante, con el partido dividido y con el tiempo justo, solo obtuvo once escaños. En seguida se vio cómo era su forma de pensar a gran escala, dispuesto a hacer sinergias en favor de Gijón con todo tipo de instituciones, como Cajastur o Sogepsa (El Llano, Poniente, Montevil, Roces, Contrueces, Tremañes).

La colaboración también incluía personas concretas, como hizo con Paco Ignacio Taibo II para levantar la Semana Negra, o con un discreto funcionario de la Tesorería General de la Seguridad Social para negociar la ampliación de terrenos para el campus de Viesques.

Gobernar con once concejales en una corporación municipal de veintisiete ediles es como apoyarse con un solo pie en el andamio. Pronto se dedicó el nuevo alcalde a resolver el problema de la estabilidad negociando con IU los presupuestos.

El nuevo partido de la izquierda (IU se había constituido un año antes) lo citó en su sede al clásico modo de las antiguas direcciones comunistas: diez personas representando a formación política. Areces llegó solo, repartió apretones de manos, sonrisas y abrazos, se sentó en una humilde silla de madera sin brazos y empezó su cortejo: lo primero quitarse la corbata y enrollarla al respaldo; luego miró para paredes y techo y dijo: «este piso lo compré yo». Volvía el ex secretario general del Partido Comunista de Asturias a su antigua casa: somos todos del mismo bando. De esa guisa logró el acuerdo sobre los presupuestos.

Otro año la negociación se atascaba y cuando los de IU se quisieron enterar ya había llegado a un acuerdo con los seis concejales del CDS. Su manual de estilo le llevaba a dar un trato de socio preferente a IU, pero en caso de accidente el alcalde conocía la salida por la puerta de la derecha.

En su segundo mandato quiso dar estabilidad a la relación con IU; ante el sanedrín de la formación política realizó la pregunta clave: «¿qué necesitáis?». De allí partió un acuerdo sobre recursos para los grupos municipales, liberaciones, gastos de secretaria, etcétera. Se acabaron los problemas. Durante los ocho años siguientes, en los plenos municipales, IU nunca votó en contra del alcalde.

Areces, como todo animal político, era muy pragmático, pero eso no quiere decir que no tuviera principios. Al contrario, con los mismos principios transitó durante toda su vida. De todos los comunistas que con el curso de los años se integraron en el PSOE no recuerdo ninguno que mantuviera tanto respeto y aprecio al antiguo partido como Areces. Siempre hizo suya la máxima de los lores ingleses: nunca escupir sobre lo que se amó.

Las realizaciones del nuevo alcalde no se hicieron esperar, contruyendo los nuevos barrios donde antes había barro: El Llano, Moreda, Montevil. La remodelación del Teatro Jovellanos, la construcción del Palacio de Deportes, la ampliación de El Musel, la reforma del Muro, de Begoña, el paseo de Poniente-Fomento. La ampliación del campus universitario, el Parque Científico Tecnológico… La huella de Areces está en cada rincón de Gijón.

Más importante aún fue el liderazgo que ejerció en la ciudad, una cuestión anímica de gran importancia en la villa de Jovellanos, dada la carencia que tiene Gijón de aliados naturales en los juegos de poder regionales. Ante la inexistencia de otras instituciones, los alcaldes en Gijón deben ser multiusos. Un ejemplo. Areces llamó un día a la entonces consejera de Industria, Paz Fernández Felgueroso, y juntos se presentaron en la fábrica de Suzuki, antes de las ocho de la mañana.

Los japoneses habían anunciado que se iban y el alcalde se encaró con el responsable de la planta. «Usted dígame lo que necesitan y yo se lo soluciono». De ahí nació el emplazamiento en Porceyo donde estuvieron muchos años hasta que levantaron el vuelo. Entonces, Areces no era ya alcalde ni presidente del Principado. Además, los nuevos mandamases autonómicos lo tenían muy claro: era una deslocalización «de libro».

Principado

Tras la pérdida del poder en Asturias, el PSOE entró en catarsis. Sergio Marqués gobernaba y la izquierda necesitaba un candidato con peso para recuperar el Ejecutivo.

El PSOE ya había optado por el sistema de primarias, un mecanismo que socavaba el poder digital de Villa. El líder minero sabía que era muy difícil presentar a un candidato que batiera a Areces en las urnas y siguió la máxima de Maquiavelo, si no puedes con el enemigo, únete a él. Llegaron a un acuerdo: el Gobierno era para Areces con algunos hombres de Villa y el grupo parlamentario para el líder minero con algunos diputados renovadores.

El 20 de octubre de 1999, Areces comía en Presidencia con tres periodistas, y allí se dibujó un triángulo, con una esquina para Villa, otra para Gabino de Lorenzo y la tercera para el Gobierno de Aznar. En el medio el presidente del Principado recibiendo impactos. Areces escuchaba en mangas de camisa, con los brazos cruzados. Dijo de forma relajada, «sí, puede ser». Para entonces ya tenía acordada la transferencia de las competencias de Educación con Mariano Rajoy, ministro del ramo: “podríamos firmarlas ahora pero voy a esperar”.

Cinco meses más tarde, el 16 de marzo, en un restaurante de Oviedo, Areces llegaba tarde a comer con la decisión recién tomada: cambio en la cúpula de Cajastur. Se pasó una mano por el pelo y dijo, «ellos están en un momento muy delicado con la derrota electoral». En aquella comida ya avanzaba algunos de sus planes, «si hace falta tiraremos de recursos extrapresupuestarios para hacer el nuevo hospital». Estoy convencido que con cualquier otro político de presidente, los enfermos seguirían durante décadas visitando el hospital del Cristo maquillado.

Cuatro días antes, Joaquín Almunia había perdido en las elecciones generales y Aznar había alcanzado la mayoría absoluta con 183 diputados. El presidente del Principado había cometido un error de cálculo: la dimisión de Almunia y la formación de una gestora presidida por Chaves daba alas a los villistas para atacar a su propio Gobierno. Un espectáculo obsceno en el que se dieron cita la oposición de izquierdas, la de derechas, el villismo, las terminales del Gobierno central, un poderoso sindicato de rama y el brazo mediático.

Una vez más el voto de los asturianos pintaba menos que la panda de lobbys. Algo parecido le pasó a Sergio Marqués en 1998 y a Cascos en 2011. Areces se forjó en el antifranquismo, por eso tenía una espectacular coraza de resistencia cuando venían mal dadas.

Tuvo que aguantar la rectificación de las decisiones. Hasta Zapatero, entonces líder de la oposición, le dio algún consejo telefónico para el retorno de la armonía en la familia socialista. Once años más estuvo Areces en el poder. Jamás Villa hubiera imaginado tamaña capacidad de resistencia. Se estrenó un nuevo hospital. Los asturianos disfrutamos de otras tres autovías en el centro de la región. Los avilesinos tuvieron un centro de cultura y arte que le subió la autoestima. Areces recurrió a los gobiernos de coalición de izquierdas.

En 2011, el aparato socialista consideró que debía tener otro líder la región. El PSOE volvió a perder elecciones. O a ganarlas con el grupo parlamentario más reducido de toda la etapa autonómica. Areces siguió ganando en solitario, como candidato al Senado, sin ir en listas cerradas. En 2015, Podemos hizo una campaña contra él, pero les salió el tiro por la culata.

En Canal 10 se organizó un debate con los candidatos al Senado. Estaban todos de pie, delante de su atril. A los cincuenta minutos se hizo un descanso. Todos fueron a sentarse, quedaban otros cincuenta minutos. Areces dio unos pasos y volvió al atril para repasar las fichas de pie. Tenía 72 años, kilos de más y una rodilla dañada. Un gesto así retrata al personaje. Ante unos rivales bisoños, Areces aplicó el mismo grado de autoexigencia que mantuvo durante decenas de años como responsable público.

Clandestinidad

Cincuenta años atrás, en la clandestinidad, Tini tenía el alias de Avelino. Estaba al frente de una organización poderosa, el Partido Comunista de Asturias, con 11.000 afiliados. Los comunistas asturianos eran muy respetados porque habían pasado la prueba de fuego de las huelgas mineras de principios de los sesenta.

Un día sacó de Asturias a un grupo de dirigentes para discutir con Santiago Carrillo en París. El secretario general del PCE quedó impresionado. Años más tarde empezaría a estar preocupado cuando Avelino disintió de su análisis sobre la situación creada tras el asesinato de Carrero Blanco. Carrillo relativizaba sus consecuencias, mientras que él creía que el atentado alteraba profundamente la situación política española. Borrasca en Asturias.

Cuatro años más tarde, Carrillo mandó a tres altos dirigentes del PCE (Sánchez Montero, Azcárate, Ballesteros) a reconducir la organización comunista asturiana en la conferencia de Perlora. El portazo de Areces le costó la expulsión. Como en la liturgia comunista es necesario degradar antes de expulsar, inventaron un nuevo delito para Areces: participar en una espicha fraccional.

Areces, Tini, Avelino, siempre decía que la constante de su vida era la lucha. Contra las dificultades construyó una biografía de la que obtuvieron grandes beneficios Gijón y Asturias.

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por JUAN NEIRA

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