La decisión de la dirección del PP de abandonar el Pacto por la Justicia mientras Fernández Bermejo siga siendo ministro y de recusar al juez Garzón como magistrado instructor del sumario de la ‘operación Gürtel’ (red de tráfico de influencias organizada en torno al PP) es un hecho trascendente. El equipo de Mariano Rajoy dio el paso por un asunto ajeno a la política y a la justicia: la jornada de caza dominical compartida por Bermejo y Garzón en tierras andaluzas. Que el juez y el ministro aprovecharan el fin de semana para unir sus escopetas ha desbordado la paciencia del PP. Una decisión tomada en caliente que debería haberse meditado más.
Baltasar Garzón es el juez estrella por antonomasia. Le gusta estar en los medios y cualquier argumento le vale para no pasar desapercibido. Cree que tiene capacidad para brillar en campos distintos a la justicia y por eso aprovechó la primera ocasión que tuvo para saltar a la política, aunque salió escaldado. Iniciativas como la tomada sobre los desaparecidos de la guerra civil y su intento de procesar a los mandamases del franquismo demuestran que es un hombre osado. Ahora bien, recusarlo por parcial es un tanto arriesgado, porque Garzón fue el autor del sumario de los GAL y el verdadero responsable de que destacados socialistas como Barrionuevo o Vera dieran con sus huesos en la cárcel. Recordemos que toda la investigación judicial de los GAL fue posible porque Garzón detuvo a Julián San Cristóbal, ex director de la Seguridad del Estado y le realizó tres pruebas de escritura en las que aparecía la expresión «los implicados», presente en el primer comunicado de los GAL. Sometió el trazo a examen caligráfico y le mandó directamente a la cárcel. Ningún juez en España se hubiera atrevido a dar un paso así.
¿Tiene Rajoy constancia de que las pruebas y las imputaciones presentes en el sumario de la ‘operación Gürtel’ son falsas? En caso contrario, debería inhibirse de recusar al magistrado, porque crea un precedente grave y deja a la justicia en medio de la batalla partidista. En cuanto al abandono del Pacto por la Justicia supone desandar el camino construido en esta legislatura y volver a la tesitura de la oposición radical del anterior mandato. Aunque lo peor de todo es la imagen de debilidad y nerviosismo que transmite el PP.