En los debates de presupuestos, con independencia de las enmiendas que se presenten y el sentido final de la votación, afloran las tendencias, las modas, las preocupaciones de la clase política y allegados (¡cielos, escribí allegados!). La tramitación de las cuentas de 2021 no es una excepción. Para la mayoría de los grupos se trata de los presupuestos del auxilio. El confinamiento de primavera y el cierre selectivo de otoño han dejado a sectores económicos maltrechos, como lo recuerda la hostelería con concentraciones y manifestaciones en plazas y calles.
Desde la Comisión Europea se anima a los gobiernos a olvidarse de los equilibrios presupuestarios y a pisar el acelerador del gasto público sin poner topes al déficit ni trabas a la asunción de más deuda pública. No solo hay licencia para gastar, sino que hay obligación de gastar. Gastar es mirar por el bien público.
Esa consigna rige para el sector público, pero no la están siguiendo las economías domésticas ni las empresas. Hasta octubre, los depósitos bancarios de las familias crecieron en 50.000 millones, mientras las empresas, en los últimos doce meses, lo hacían en 39.000 millones. Un ritmo de crecimiento desconocido que ha colocado en máximos históricos (880.000 millones) el ahorro familiar. Anotado el contraste entre la pauta de las administraciones y el comportamiento de familias y empresas, sigamos la pista del gasto.
Si los principales organismos internacionales y los gobiernos más solventes apuestan por políticas expansivas a ultranza, no tiene sentido actuar en sentido contrario. La política de los ERTE mantiene en pie una parte importante del tejido productivo y es el sostén de cientos de miles de familias. Los avales de los ICO dieron liquidez a muchos autónomos y empresas.
En la misma línea le toca actuar a las comunidades con sus presupuestos. En primavera, el Principado abrió una línea de ayudas para autónomos, y en otoño destinó 33 millones de euros para los sectores afectados por los cierres. El debate de presupuestos se centra en la creación de un fondo de rescate para ayudar a los damnificados por la emergencia sanitaria y la subsiguiente crisis económica.
El Principado presupuestó 100 millones de euros para el fondo. El principal partido de la oposición propone 400. Hablan de seguir el modelo alemán. Creo que se quedan cortos, también habría que extender el modelo alemán a los salarios, los beneficios de las empresas, al consumo, a la producción de bienes, exportaciones, etcétera.
El resto de partidos también aspira a agrandar el fondo. Algunos, como Podemos, de forma original: sí a los 100 millones, pero si después del primer semestre hay pandemia, se vuelve a llenar la hucha con más dinero. Se movería el fondo entre 100 y 200 millones.
Daniel Ripa propone otro fondo de 20 millones para rescatar a las industrias. Tendría una doble vertiente, entrar en el capital de las grandes industrias para evitar las deslocalizaciones y dar ayudas a las pymes. La política industrial en clave de fondo.
En Podemos calcularon que si el Estado arrima el hombro y colabora con Asturias, invirtiendo 200 millones en Arcelor, serían titulares del 2% de su capital, y podrían evitar que un día la producción de acero se fuera. Retorno a la infancia: la garantía de futuro no está en el mercado sino en el Estado.
Voy a dar por bueno todos los programas de gasto porque es la respuesta de nuestros socios europeos. El problema es la inercia que deja el gasto. Es un proceso que observamos en los ayuntamientos durante la crisis de la gran recesión, de 2008. Veamos.
Toda la política municipal se centró en las subvenciones para evitar la marginación social. Perfecto. Cuando acabó la crisis, siguió la política centrada en las subvenciones. En Asturias, los ayuntamientos no volvieron a plantear y ejecutar proyectos de transformación de ciudad. Algunos, como el de Oviedo, llevan años barajando grandes ideas que no se concretan.
Recuerdo cuando Carmen Moriyón, en Gijón, planteó soterrar el tráfico por el paseo del Muro, y la oposición dijo que nada de proyectos megalómanos. Ahora la nueva frontera se llama Cascayu. Esa es la medida de nuestros sueños.
En 2014, la economía asturiana ya estaba creciendo y así siguió hasta el pasado mes de marzo, pero los políticos y el pueblo siguieron hablando machaconamente de crisis. Mantuvimos el discurso de la crisis y la subvención como respuesta. A eso me refería cuando aludía a la inercia.
Ahora toca repartir dinero, gastar, endeudarse. De acuerdo. Pero que ningún diputado se engañe, cuando las vacunas acaben con confinamientos y cierres, los problemas de Asturias estarán aguardándonos y no se resolverán con fondos de rescate.
En la cadena del valor en la que se inscriben las economías prósperas no se incluyen las transferencias de dinero, de unos vecinos a otros, sin que el territorio obtenga mejoras.