En el campo de la política, de los intereses colectivos, hay dos cosas que en Asturias vamos por delante de otras regiones. Somos el territorio más analizado y chequeado de España. Nuestros males están inventariados y las posibles recetas para salir de la larga decadencia que arranca desde finales de los años cincuenta del pasado siglo se han publicitado decenas o cientos de veces. La razón de ser objeto de tanto estudio estriba en el impacto que causó la imagen del derrumbamiento de la región por el ocaso del carbón. El actual ministro de Universidades, Manuel Castells, participó en la terapia con un informe voluminoso: Estrategias para la Reindustrialización de Asturias (ERA). Todavía perduraba el mantra de los años ochenta: la reindustrialización. El “Petromocho” acabó con el señuelo.
La segunda materia en que caminamos destacados es en el debate de las infraestructuras. Centenares de miles de asturianos seguimos con avidez el avance de las autovías en construcción. Con la “percha” de Jovellanos creímos que el futuro dependía de sustituir las carreteras de pronunciadas curvas por vías de doble calzada. Cambiamos de mantra, la industria por las infraestructuras. Cuantas más autovías, mejor. Primero exigíamos ejes para la región (norte-sur, este-oeste) y cuando la autovía del Cantábrico iba ya avanzada, empezamos a teorizar sobre la necesidad de contar con mallas de autovías. Perdiendo población, pero duplicando inversiones.
En esa sobredosis de infraestructuras se colaron actuaciones clave, como la “Y” de Bimenes, entre El Entrego y ninguna parte. En esa coyuntura se fraguó el tercer carril para la otra “Y” (Gijón, Oviedo, Avilés). El proyecto ya pasó de las rayas a las excavadoras y en esas estamos. No vamos imitar al sector descerebrado de independentistas catalanes, liderados por Ada Colau, que rechaza la inversión de 1.700 millones de euros en el aeropuerto de El Prat. Solo digo que el tercer carril es dudosamente necesario. Ya hay otra vía, la AS-II, para canalizar el tráfico entre Gijón y Oviedo. Por razones que a mí se me escapan tiene muy poco uso. Ampliar la capacidad de la “Y” y ofrecer las mismas entradas en las ciudades que comunica es optar por dar más fluidez de tránsito y más tiempo de espera en el primer semáforo. El Ministerio de Transportes siempre vio con buenos ojos el proyecto. No sé si será que el alto funcionariado tiene nostalgia de los lejanos tiempos del desarrollismo. No es cuestión de carriles, sino de entradas.