La Consejería de Salud realizó el experimento de permitir la vacunación libre por un día y la jornada se saldó con un éxito rotundo. Se han visto las colas más largas desde que el 27 de diciembre se empezó a inocular la primera dosis. La demanda ha sido tan desbordante que en el Palacio de Deportes de Gijón el personal sanitario llamó a sus jefes para ver si seguían vacunando después de las diez de la noche. Una respuesta tan positiva puso en evidencia que el modelo cerrado de citación, basado en un robot que llama cualquier día a cualquier hora, tiene un porcentaje de actuaciones fallidas que lastran el resultado de la campaña. Si en Asturias hay 70.000 personas que no han dado una respuesta positiva a la máquina es por culpa del método elegido para contactar, no por las resistencias del público a recibir la vacuna. Falta por saber cuántos octogenarios o nonagenarios quedaron perdidos en el limbo de la estadística porque no fueron capaces de seguir el interrogatorio de la aplicación informática.

En una sociedad democrática hay que confiar en la libertad de la gente cuando va a votar o cuando decide sobre una campaña de vacunación. Los planteamientos rígidos, jerárquicamente concebidos por una Administración que trata a los adultos como permanentes menores de edad, consiguen unos resultados manifiestamente mejorables.

Hasta ayer, cuando se optó por las puertas abiertas, había un sector abstencionista o desmotivado (no confundir con los negacionistas), que optó por la respuesta positiva cuando le retiraron todos los obstáculos. Qué sugerente hubiera sido una campaña guida por el lema ‘te estamos esperando’, en vez de recurrir a los modos de alguacil digital. La campaña consumiría más recursos y sería más difícil de organizar, pero el resultado compensaría. Si Barbón se anima y declara un mes de puertas abiertas, rozaremos el 100% de vacunación.