Aparecen decisiones, declaraciones, debates aislados y extemporáneos, que analizados en conjunto nos permiten extraer conclusiones de fondo.
Lo último en acontecer fue la resurrección de la comarca, como figura interesante para la articulación territorial de la región. Sobre ella hablan expertos, políticos y expolíticos. Lo primero que llama la atención es lo tardío de la propuesta. Una previsión recogida en el Estatuto de Autonomía se retoma para el debate cuarenta años más tarde. ¿Por qué?
Les preocupa la comarca. ¿Cuántas? Unos dicen que siete, otros, que ocho. Algo parecido a las áreas sanitarias.
De la comarca se enlaza con la Ley de Ordenación Integral del Territorio de Asturias (LOITA). Cuando presentaron el proyecto emplearon términos superlativos, la LOITA suponía un «cambio de paradigma».
El cambio de paradigma es para los geógrafos, como el corte epistemológico para los filósofos. Con la nueva norma se van a superar los límites municipales. Se va a «regular la relación ciudad-medio rural desde la confianza». ¿Una ordenación territorial amable? ¿Cordial? Llegaron a decir que la ley se iba a hacer con una participación por «capas transversales» para que la gente se identificara con ella.
Con la ley se va a establecer una relación solidaria entre el área central y las alas de la región para «bombear el desarrollo a las alas». Después de cribar el discurso para desprenderlo de adherencias retóricas o mágicas, nos encontramos con planteamientos propios de una etapa fundacional de la comunidad autónoma. Podrían, como mucho, haberse incluido en las Directrices Regionales de Ordenación del Territorio de 1991, pero ahora parecen una copia de los sueños juveniles de otro tiempo.
Cuarenta años más tarde, sociedad y territorio han madurado y no caben idealizaciones. El asunto es ¿por qué estas propuestas se vierten ahora?
En paralelo al revolucionario tratamiento territorial, la clase política desarrolló el debate de la legislatura en torno a la oficialidad del bable y el eonaviego, que se saldó con el fracaso de una oficialidad metida con calzador, sin pretensión de consenso y huyendo de la consulta popular cual vampiro del ajo: «Referéndum jamás, que lo perdemos por goleada».
No voy a recrear argumentos y mentiras, pero quiero destacar un aspecto. ¿Tocaba equiparar al eonaviego con el castellano? ¿No hubiera sido más propio intentarlo en las primeras legislaturas? ¿Cuando la casa ya está construida, amueblada, y ha sido el escenario de toda una vida, qué sentido tiene alterar radicalmente la forma oficial de comunicación de la familia? ¿Es admisible que el sistema trilingüe sea el principal factor de cohesión de la izquierda asturiana?
En todo lo anterior hay un fondo común de irracionalismo que responde a algo. No es normal que resurja con fuerza el mantra del equilibrio territorial asturiano, que llevó a crear tres circunscripciones electorales que sirvieron para que los partidos pequeños nunca dejen de ser pequeños y los que gobiernan tampoco abandonen el poder.
Un sistema electoral donde la extensión del territorio tiene primacía sobre el número de habitantes. ¿Cuántos votos tienen tras de sí un diputado del occidente y otro del centro?
El cuestionamiento de la ordenación del territorio sueña con crear aldeas con autonomía energética, cuando la comunidad de Madrid, con 6,6 millones de habitantes, no genera un megavatio. ¿En un mundo profundamente interrelacionado cómo podemos aspirar a crear sistemas autónomos de una sola célula?
La misma irracionalidad la encontramos a nivel local. El Ayuntamiento de Gijón dedica el mandato a fantasear con la reforma del Muro. Que si bicicletas, patinetes, arbolitos, pintura sobre el asfalto, juegos infantiles… Pero vamos a ver, señores, ¿la problemática de la decimoquinta ciudad española se reduce a composiciones naif? ¿Es el principal espacio de la ciudad lo que necesitaba Gijón poner patas arriba?
Qué decir de la Universidad de Oviedo y el Ayuntamiento de Oviedo. El cambio de paradigma en la institución académica es la mudanza de sedes. Cuando menos alumnos tiene el alma mater, más apretados están en las aulas. No lo entiende ni el consejero de Ciencia, que es de la cuenca.
25 años después de que José Ángel Fernández Villa marcara el camino con el campus de Mieres, los ingenieros de minas van a estudiar encima de un pozo (Barredo), justo cuando ya no se extrae un gramo de carbón. El Ayuntamiento de Oviedo vive con desgarro infinito la pérdida.
Más allá de los temas de la agenda diaria (fondos europeos, fondos de rescate, fondos de recuperación, fondos de contingencia), el debate político asturiano, donde se juntan emociones y proyectos, versa sobre asuntos propios de otra época.
Es un puro artificio, un ejercicio de imaginación estéril, el resto onírico de una clase política a la que ya le queda lejos el divino tesoro de la juventud.
Todo esto sucede para cubrir una ausencia. Reconozcámoslo sin ambages: no hay proyecto político. Ni a escala regional ni municipal. Hay políticos que hacen cosas, aquí o allá, pero sin proyecto.
En sí misma, esa carencia ya es un problema. Pero hay más. La historia enseña que cuando un territorio, una comunidad, transita largo tiempo sin proyecto, brotan las dudas sobre su identidad. Y de ahí la colección de iniciativas irracionales que nos envuelven y gobiernan. Somos otra cosa.