A los catorce meses de la quiebra de Lehman Brothers, las dos grandes centrales sindicales, CCOO y UGT, han realizado la primera movilización nacional contra los efectos de la crisis económica. Llama la atención que en países vecinos, como Francia o Italia, se hayan llevado a cabo dos huelgas generales contra la gestión de los gobiernos durante la crisis, mientras que en España se convoque ahora la primera manifestación. Más extraño aún si tenemos en cuenta que la recesión económica se ha cebado especialmente en el mercado laboral español, con más de cuatro millones de parados, una situación que no tiene parangón en toda la UE. El manejo de los tiempos por las centrales sindicales queda claro al leer el lema de la manifestación: “Que no se aprovechen de la crisis”. Es difícil encontrar un mensaje tan críptico para un país que roza el 20% de desempleo, sino fuera porque está pensado bajo la única preocupación de no erosionar al Gobierno con la movilización de los trabajadores.
Las centrales sindicales responden de esta forma al trato de calidad que les da Zapatero al blindar los intereses sindicales en la gestión de la crisis económica. El caso más claro es la negativa presidencial a introducir reformas laborales que recorten derechos de los trabajadores, pero también se puede ver en la política de gasto social, ampliando el seguro de desempleo o pisando el acelerador del déficit público contra la pauta seguida por los ministros de Economía del PSOE (Boyer, Solchaga, Solbes).
El divorcio de González
Zapatero tiene claro que no quiere repetir la experiencia de Felipe González, cuando en su segunda legislatura se divorció de las fuerzas sindicales. Mañana se cumplen 21 años de la mayor huelga general habida en España, el famoso, 14-D, con el plan de empleo juvenil como elemento de movilización. La ruptura con Nicolás Redondo fue muy dolorosa y deslegitimó al Gobierno ante amplias capas de la sociedad, que nunca más volvieron a ver en los gobiernos de Felipe González un referente de izquierdas. En 1986, IU tenía 7 diputados y cuando Felipe González abandonó la Moncloa el grupo de Julio Anguita contaba con 21 escaños. El flanco de izquierdas estaba abierto.
No sólo las lecciones de la historia animan a Zapatero a mantener la sintonía con los sindicatos. La visión estratégica del presidente, la forma de impulsar su proyecto político para hacerlo hegemónico en la sociedad, pasa por la alianza con los sindicatos. Zapatero nunca se dirige al ciudadano medio, sino a grupos concretos: sindicalistas, nacionalistas, feministas, homosexuales, pensionistas. Con la suma de minorías dibuja la mayoría. Puede argüirse que todos los líderes tienen preferencias, pero la característica específica del modelo de Zapatero es que escoge muy bien a las minorías, porque están protegidas por el discurso de lo políticamente correcto, y pone a sus pies los dones de los Presupuestos Generales del Estado. Por eso la lucha entre Rajoy y Zapatero recuerda al gato y al ratón, con el discurso uniforme del líder de la oposición chocando con la dúctil estrategia presidencial.
Las propuestas sindicales encuentran eco en el Consejo de Ministros y el resultado final es descorazonador por el inmovilismo político que produce ante un panorama laboral tan lamentable. Ayer, tras la manifestación, Ignacio Fernández Toxo, el líder de CCOO, decía que “no vamos a aceptar atajos para la creación de empleo. No se hará a través del abaratamiento del despido o la precariedad laboral”. En realidad, tenemos un sistema laboral que ya ha cogido el atajo para liderar el paro. Somos los campeones del desempleo en Europa. Puede que en el futuro se tomen medidas negativas, pero lo que hay ya es pésimo. En cuanto a la precariedad laboral, se encuentra en su momento más alto: 91% de los nuevos contratos. No cabe separar el statu quo del mercado laboral de los resultados concretos que arroja. Cualquier postura es admisible menos la defensa numantina del desastre.
Sacrificios
Los líderes sindicales advirtieron que no es aceptable “anteponer la protección del empleo a otras cuestiones, como el elevado déficit público”. Nadie más obediente que el Gobierno a ese mandato, al ser España el país de la UE que más rápidamente alimentó el déficit público, al pasar del superávit a más de un 10% de déficit sobre PIB, ratio con el que cerrará el ejercicio de 2009. Zapatero gastó a manos llenas, tal como piden los sindicatos, empezando por la cobertura del desempleo, a la que dedicará 39.000 millones de euros, y siguiendo por las pensiones y la financiación autonómica. Parte de ese gasto desmesurado son los elevados intereses de la deuda que habrá que pagar los próximos ejercicios.
La guinda al acto la puso el Gran Wyoming, al decir que a los empresarios les beneficia la crisis. No especificó a cuáles, porque ya han cerrado 140.000 empresas, ni explicó el mecanismo por el que se saca dinero al dejar de vender. Pude verse como una broma, pero no deja de ser representativo de una mentalidad oscurantista, que prefiere palpar fantasmas a contar con información.
Cuando se alcanza el nivel de paro de España no creo que la solución pase por aplicar las recetas de un segmento de la sociedad, sean sindicatos o empresarios. El Gobierno debería centrar sus energías en alcanzar un gran pacto nacional, para lo que es indispensable el concurso del PP. El acuerdo sobre reforma laboral, fiscalidad y gasto social tiene que tener un ingrediente para que sea útil: que provoque sacrificios a todas las partes. Sólo con renuncias de cada sector saldrán ganando los intereses generales.