Terminada la pausa navideña, salvo para los diputados autonómicos que tienen por delante semanas de asueto, empieza la cuenta atrás para la cita electoral del 28 de mayo. Las cosas están donde habían quedado antes de las fiestas, cuando Diego Canga se colocó debajo de los focos y el debate presupuestario pasó a un segundo plano ante la ebullición del Partido Popular. Una vez asimilada la novedad toca constatar que la única decisión de alcance tomada en el PP es la recuperación de la vieja guardia. Apear a Mallada de la portavocía del grupo parlamentario popular tiene su importancia, qué duda cabe, pero era una decisión forzada si no se quería llegar al esperpento de mantener en primera línea a una dirigente que había sido descartada por Génova.
En una organización tan diezmada como la del PP asturiano no sobra nadie, así que es bueno llamar a la gente que lleva años, lustros o décadas en estado durmiente para ver si quieren y pueden aportar algo. Pero no conviene engañarse. La vieja guardia, las glorias de los años ochenta, noventa y primera década del presente siglo tienen en común una larga experiencia en derrotas electorales. Si exceptuamos a Gabino de Lorenzo y a Cascos, el resto no hizo otra cosa que perder en las urnas: una, dos, tres, cuatro, cinco veces.
Sería paradójico que un partido perdedor fuera más continuista que otro ganador. En política, los que pierden tienen más necesidad de renovarse que los que ganan. El Partipo Popular regional cambió repetidamente de cabeza de lista, pero no se produjo un cambio en las candidaturas, al menos no lo hubo en proporción a la hondura de las derrotas.
Al igual que en las empresas, en los partidos los cambios de personal son más decisorios que las teóricas apuestas estratégicas. Quiero decir que, para hacer nuevas políticas, para orientarse a otros electorados, hay que contar con gente nueva, si se quiere ser creíble.
Antes de seguir con el argumento, voy a referirme a una particularidad del PP asturiano que ya estaba presente en los tiempos de Alianza Popular. El poder, la autoridad en el partido, está asentada en los órganos de dirección, como ocurre con todas las organizaciones estables que han soportado la prueba del tiempo. Junto a ese poder orgánico hay personas o familias con influencia. Gente con carné del partido que nunca se presentará a las elecciones, pero tienen peso en Génova. También hay dirigentes o afiliados asturianos que, sin salir de Madrid, mueven los hilos en Asturias.
En el PSOE no se dio esa dicotomía entre poder e influencia. Desde el inicio de la etapa autonómica mandaba Villa. Todos los presidentes socialistas del Principado los puso Villa (es obvio que fueron votados por los ciudadanos, pero Villa los colocó encabezando la lista), hasta que llegó Álvarez Areces a ponerse al frente de la candidatura como corresponde al ganador de unas elecciones primarias. El liderazgo de Javier Fernández también fue cosa de Villa.
La diferencia con el PP estriba en que toda Asturias sabía quién mandaba en el PSOE, aunque no era secretario general de la FSA ni presidente del Principado. En el PP, el poder es visible, la influencia es más opaca. Y aquí enlazo con lo que trataba de apuntar más arriba: la lista electoral del PP es el documento donde cohabitan poder e influencia. Eso lo conoce muy bien la vieja guardia. Los liderazgos en el PP se miden por la libertad que demuestran al confeccionar la candidatura.
Iniciada la cuenta atrás, el PP tiene dos objetivos que lograr, la ocupación del centro político y la reducción de siglas en el centro-derecha. Son dos objetivos distintos, aunque guarden puntos en común. La batalla por ocupar el centro, por ganarse al electorado moderado, fue siempre una aspiración del PSOE y del PP. Durante décadas se dijo que en el espacio del centro se decidían las elecciones.
En tiempos de polarización el escenario ha cambiado. No obstante, con una derecha social más conservadora que se siente bien representada por Vox, el único espacio para crecer es el centro. A ello hay que añadir que la FSA y el Gobierno socialista no han cuidado ese espacio. El discurso de la unidad de la izquierda ha adquirido carácter jurisprudencial bajo el mando de Pedro Sánchez. A él le vale, a los gobiernos autonómicos está por ver. La campaña para implantar tres lenguas oficiales en Asturias es otro obstáculo añadido para sintonizar con el electorado de centro.
No se atrae a ese electorado con los candidatos y candidatas de toda la vida, que reflejan una derecha encogida, acomodaticia, satisfecha de vivir en la oposición. Cuando Miguel Tellado (número cuatro del partido) dijo que había más gente de Foro fuera que dentro, debía estar pensando que en el PP asturiano se daba una situación similar.
La reducción de siglas en el espacio de la derecha, para evitar que se disperse el voto del electorado, se hace con pactos. Es necesario la predisposición al diálogo y se precisa imaginación. Los pactos no tienen que circunscribirse a la lista autonómica. A lo mejor se pueden hacer acuerdos con una fuerza en el Principado y en el Ayuntamiento de Gijón. Lo que no tiene sentido es volverse locos haciendo hueco en candidaturas a los que no van a sacar ni un concejal.
En definitiva, la derecha sale con desventaja, así que le urge hacer política, aunque en Asturias hay gente que confunde hacer política con quedar para tomar juntos un café.