La primera jornada del debate de investidura estuvo dedicada a la exposición del programa del candidato. El discurso de Adrián Barbón fue muy parecido al que pronunció en 2019, la primera vez que optó al cargo. Semejante en la forma y en el fondo.
Barbón leyó el programa deprisa para no hacer muy larga la intervención. Para meter en hora y cuarto tanta prosa no basta con hilar las ideas, también hay que atropellar las palabras. Apenas había esbozado que va a reformar el hospital de Jarrio, cuando ya estaba anunciando un programa de ayuda para los mayores que viven en soledad no deseada. Todo comprimido: compromisos y euros; sustancia y anécdota.
Un discurso descriptivo, con muchos datos y referencias, que no dejó un hueco para el análisis. Desde que llegó a la Presidencia del Principado, Barbón ejerce de político optimista. No le cuesta ahondar en ese registro, porque en el trato personal desborda entusiasmo. La tendencia al optimismo quedó reflejada en el discurso. Si un plan tiene concretadas inversiones, dice la cifra (Plan del Suroccidente, 10 millones), si el proyecto no pasó la fase de estudio, anuncia un plan estratégico, y si no hay nada de nada, se acoge a la fórmula genérica, de «estamos trabajando» (rebaja del peaje del Huerna).
La monotonía del discurso político la combatió con dos tipos de recursos: utilizar lemas de campaña publicitaria y realizar afirmaciones reivindicativas, como quien señala una nueva frontera. Un ejemplo del primero: «Mejor formación para mejor empleo». ¿Veremos un día la frase en una valla de la ‘Y’ para relanzar la formación dual? Ejemplo del segundo: «Mejorar la calidad de la educación no admite regateos». Pues, precisamente, esa es una cuestión pendiente, lograr que los bachilleres, formados en los valores del presente, tengan tantos conocimientos de Matemáticas o Filosofía como los estudiantes de enseñanza media en los tiempos en que España sólo tenía 1.212 dólares de renta per cápita (año 1970).
Barbón estructuró su discurso sobre seis objetivos: poner a Asturias en la vanguardia de la revolución verde, el protagonismo del medio rural, la renovación de estado del bienestar, la igualdad, el aprecio por la cultura asturiana (sentir orgullo por la identidad) y el impulso demográfico.
En política está bien ser ambicioso, pero algún objetivo será muy difícil de alcanzar. Pienso en la revolución verde. Los datos de Red Eléctrica Española muestran que, en el 2022, el ‘mix’ energético asturiano se compuso del 32,7% de carbón, 22,3% de centrales de gas de ciclo combinado, 21,1% energía hidráulica y el 18,3% de eólica. Mandan los combustibles fósiles. A ello añadamos que la demanda de electricidad en Asturias fue un 4,4% menor que en 2021. Me conformaría con no ser retaguardia.
Me extrañó que entre las metas para la legislatura no se encuentre alguna de las que estaban presentes en la investidura de 2019, como la creación de empleo de calidad. En una etapa en que la hostelería tomó el relevo a la construcción en demanda de mano de obra, sería bueno recordar que el creciente gasto social sólo se podrá financiar con empleo de calidad. Una vez más, la productividad no entró en el programa de investidura. ¿Cómo se puede hablar de progreso sin que crezca la productividad?
Entre los seis objetivos hay sitio para la ideología: «Ante los embates de la reacción, Asturias hará de rompeolas». Es conocida la afición de Barbón a las lecturas sobre la Segunda República. El 7 de noviembre de 1936, Manuel Machado escribía, «Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena/ rompeolas de todas las Españas!». Casi un siglo después, llegan a la Junta General del Principado los ecos del Madrid asediado.